Berenguela, Reina de Castilla
Cuando falleció el dirigente almorávide Yufuf Ben Tashufín, gobernador de Granada, Sevilla, Badajoz y Valencia, cayó la responsabilidad de gobernar las cuatro taifas sobre su hijo Alí Abul Hassán, único heredero del trono. Alí se había educado desde muy joven en el ejercicio de las armas junto a su padre, del que aprendió el noble arte de la guerra. Por eso ahora, dispuesto a demostrar ante los suyos que está sobradamente capacitado para el cargo, pretende arrebatarles a los cristianos la ciudad que tanto aman; la preciada Toledo.
En breve espacio de tiempo logra formar un poderoso ejército formado por guarniciones de sus cuatro taifas, y arengándoles sobre la importancia de la misión que se disponen realizar ponen rumbo a Toledo, a cuyas cercanías llegan tras varios días de marcha. Como las fuerzas flaquean tras la prolongada marcha, y todavía no han llegado los artefactos necesarios para atacar la gruesa muralla, montan el campamento junto al Guadarrama, a tan sólo unas millas de Toledo.
Al anochecer Alí reúne en su tienda a sus oficiales más veteranos, y es que a pesar de su amplia preparación el joven carece de la experiencia necesaria, por lo que prudentemente decide hacerse aconsejar antes de acometer el ataque.
–Os he pedido que vengáis –dijo el intrépido guerrero- porque necesito de vuestro asesoramiento para derrotar al cristiano Alfonso. Las últimas noticias que tengo sobre él aseguran que se halla en Toledo, refugiado en la fortaleza de sus murallas. Todos sabemos la dificultad que entraña tratar de rebasar los gruesos muros, por lo que espero alguna sugerencia vuestra.
–Señor –contestó uno de los oficiales-, los artefactos necesarios para asaltar la muralla tardarán todavía muchos días en llegar. Si esperamos a que lleguen es posible que Alfonso huya y se ponga a salvo en otro lugar. Ya que hemos llegado hasta aquí, y nuestro ejército es poderoso, creo que lo más sensato sería atacar la muralla con todas nuestras fuerzas, y nada ni nadie podrá detenernos.
Nada dijeron los demás oficiales, entendiendo el joven Alí que con ello apoyaban la idea dada por su compañero. Tras quedar un rato pensativo, con la mirada extraviada, les dijo:
–Así lo haremos. Prevenid a los hombres, pues con la primera luz del día llegaremos a Toledo.
Comenzaban a trinar los pájaros más madrugadores cuando el ejército almorávide, en número superior a las diez mil cabezas, rodeaba la ciudad de Toledo. A su frente iba Alí Abul Hassán, que acercándose a la muralla gritó en voz alta:
–Soy Alí Abul Hassán, hijo del gran Yusuf ibn Tashufín y descendiente del Profeta. Os ordeno a vos, Alfonso, rey de los cristianos, que os rindáis y entreguéis vuestras armas. Si no lo hacéis por voluntad propia entraremos en la ciudad por la fuerza y no tendremos clemencia.
Pero pasaron varios minutos sin que se tuviera ninguna respuesta desde el interior de la ciudad. Alí, impaciente, volvió a repetir el mensaje varias veces más, pero la puerta parecía no venir. De pronto, ante la expectación de los sitiadores, se abrió lentamente la puerta, y por ella salió un niño de corta edad que se acercó hasta el líder almorávide. Una vez junto a él le preguntó:
–¿Sois vos Alí?.
–Así es –respondió éste-.
–Pues entonces este mensaje de mi reina es para vos –dijo el infante entregando un pergamino al intrigado caballero-.
Alí cogió la misiva, y comenzó a leer en voz alta para que escucharan sus oficiales, que habían hecho un círculo a su alrededor:
‹‹De Berenguela, esposa de Alfonso VII y Reina de Castilla:
Gran indignación me causa que aprovechéis la ausencia de mi esposo para atacar la ciudad, solamente protegida por mujeres, ancianos y niños. Mi esposo, que os daría el trato que merecéis por vuestra cobardía, se halla sitiando la plaza de Aurelia con todos sus caballeros. Si queréis demostrar vuestro valor id a luchar contra auténticos caballeros, y no con sus débiles esposas.››

Torres de la Reina, junto a la Puerta de Bisagra. Imagen de http://foro.toletho.com/viewtopic.php?f=6&t=437
Alí quedó sorprendido por el inesperado mensaje, y su sorpresa fue en aumento cuando alzando la vista pudo ver en el torreón, conocido desde entonces como “de la Reina”, a doña Berenguela vestida con armadura de combate. A su lado numerosas damas de su corte, vestidas de la misma guisa. El joven sarraceno, con el rostro enrojecido por la vergüenza, se puso bajo el torreón, y dijo tras hacer una reverencia:
–Os ruego que me disculpéis, pues ha sido mi ignorancia la que me ha traído hasta aquí para luchar contra vuestro esposo. No temáis, pues ahora que sé de su ausencia retiraré mi ejército, pues muy poco diría en mi favor teñir mis armas con sangre de inocentes damas.
Repitiendo la reverencia se volvió hacia los suyos ordenándoles inmediata retirada. Para desagravio de su acto ordenó que su ejército desfilara en columna de honor ante el torreón, partiendo de inmediato hacia tierras granadinas.
Cuando al atardecer se recorta en el poniente la silueta de Alí, vuelve éste sus ojos para contemplar por última vez la ciudad en donde quedaba tan notable reina. Y cuando desapareció tras la última loma, una dama de la reina, casi niña, lanza un suspiro dejando caer un arco demasiado pesado para tan frágiles manos. Y sacando un fino pañuelo de seda enjuga dos lágrimas que habían corrido por sus mejillas para despedir a aquel apuesto y galán gobernador sarraceno.
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