Hoteles con Misterio en Toledo

Hace algunos años que asistí en el Paraninfo de Lorenzana a una interesantísima conferencia de Fernando Ruiz de la Puerta titulada “Las Casas Encantadas de Toledo”¹, en las que el profesor dio una amena charla relatando algunos sucesos acaecidos en diferentes viviendas de la ciudad de Toledo. Recuerdo que finalizada la charla, en el turno de preguntas, uno de los presentes que estaba en las primeras filas, y además era amigo de Ruiz, mostró su decepción por cierto detalle. Y es que el profesor, con buen criterio, no dio datos concretos de las viviendas, sino que se limitaba a relatar sucesos en una casa de tal o cual calle de Toledo. Yo lo comprendí perfectamente. Y es que en una pequeña ciudad es muy fácil reconocer a protagonistas de ciertas historias que tal vez no quieren pasar a un primer plano.

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Por eso espero que también comprenda el que lea esta nueva entrada que en parecida tesitura me encuentro yo, narrando conocidos casos y en escenarios identificables, pero que prefiero no mencionar directamente al tratarse de negocios particulares que hoy en día están todavía en funcionamiento. Aún así, invito a aquellos curiosos que deseen obtener datos más concretos a escuchar los audios adjuntos o a indagar en cualquier buscador de Internet, en donde podrán encontrar con cierta facilidad más detalles de los hechos en cuestión.

En este caso vamos a hablar del caso de un par de hoteles de Toledo en donde, todavía hoy en día, ocurren ciertos fenómenos que no tienen explicación sencilla.


El primer caso, y posiblemente más conocido en la ciudad desde hace unos años, se trata de un famoso hotel afuera de las murallas, que ocupa lo que hace años fue un orfanato. Algunos empleados de la limpieza han asegurado escuchar en diferentes ocasiones alboroto de niños, que por momentos parecen jugar, y por momentos parecen entrar en inconsolable llanto. Nada de extraño debería tener este hecho, ya que junto al hotel se encuentra uno de los colegios con más alumnado de la zona. Pero todo cambia cuando este alboroto de niños se escucha en periodo de vacaciones o en horario no habitual de un colegio al uso. Incluso algún que otro cliente ha afirmado pasar la noche con intranquilidad al oír ruidos extraños dentro de la habitación y tener sensaciones extrañas.

Javier Mateo Álvarez de Toledo lo cuenta en su intervención en el programa “Milenio 3” (32’20’’)

Como curiosidad agregar que a finales del pasado verano de 2014, junto a la fachada de este antiguo orfanato fue encontrado un hombre de mediana edad inconsciente a altas horas de la madrugada, sin que los sanitarios pudieran hacer nada a su llegada, ya que falleció antes de que pudieran trasladarlo. Parece ser que el motivo del fallecimiento de este hombre de unos 50 años fue un infarto repentino.


Otro caso más reciente, pero también conocido, es el de un hotel más céntrico y con algo menos de antigüedad que el anterior. Ya venía funcionando como hotel desde hace unos años, pero no fue hasta el año 2005, en el que acometieron una reforma para ampliar el hotel con unas casas anexas, hasta cuando se empiezan a notar los primeros fenómenos extraños. En este programa de radio, de Onda Mencia, facilitan el caso detalladamente (1:01’00’’)

Lo primero que empezaron a notar los trabajadores del hotel, cuando no había ningún cliente alojado, es el sonido como de arrastrar de camas en las habitaciones, y abrir y cerrar de las cerraduras de las habitaciones. Además, ciertos objetos ornamentales que se encontraban sobre los cubre-radiadores, aparecían colocados de forma diferente a la que los dejaban los empleados. También otros “síntomas” habituales de este tipo de fenomenología como es el encender y apagar de luces y aparatos eléctricos sin que medie mano humana.

Los clientes también han sido testigos y víctimas de sucesos inexplicables. Un viajante, cliente habitual del hotel, se presentó asustado en plena noche y en ropa interior en la recepción, pidiendo que le cambiaran de habitación, ya que en la que ocupaba estaban pasando cosas extrañas. Afirmaba que los cajones de los muebles se abrían y cerraban solos, y cuando él quería comprobar qué era lo que pasaba no podía mover estos cajones.

Narra también una empleada de la limpieza cómo vio volcarse una papelera sin que hubiera causa para ello.

El recepcionista de noche, al parecer un hombre ya mayor, también tuvo sus momentos de pánico que provocaron que en más de una noche tuviera que salirse a la calle y refugiarse en su coche hasta finalizar su turno. Y es que frecuentemente oía ruido de inexplicables pasos que recorrían las escaleras y pisos superiores. Parece ser que escuchar golpes y sonidos extraños desde la recepción es algo habitual.

Uno de los momentos más llamativos causó que una empleada que estaba haciendo el turno de noche tuviera que llamar a la policía presa del pánico, y es que inexplicablemente le llegaban a recepción llamadas desde una habitación en concreto, cuando el hotel estaba totalmente desocupado. Desde luego, si se oyen ruidos cuyo origen se desconoce, si se reciben llamadas desde habitaciones desocupadas, si se ven objetos moverse o que han sido movidos… es comprensible tener cierto miedo, o al menos preocupación ante lo desconocido.

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Me gustaría aportar algo de mi experiencia, y es que he trabajado varios años como recepcionista nocturno en varios hoteles, y también he tenido experiencias de este tipo, pero en todos los casos fácilmente explicables. La mayoría de experiencias de este tipo fue en un hotel fuera de las murallas situado en un edificio de no demasiada antigüedad, pero sí con algo de historia.

El funcionamiento de los ascensores sin la intervención de ningún usuario era algo que me alertaba frecuentemente durante mis primeras noches en solitario. Pero con el tiempo y aclaración del técnico comprobé que es parte normal de su funcionamiento. Y es que en algunos casos están programados para que pasado cierto tiempo desde su último uso regresen de forma automática a la planta en donde reciben más clientes. En este caso pasados diez minutos después de que algún cliente subiera a su habitación regresaba sólo a la planta de recepción.

Los golpes fuertes, y sensación de escuchar murmullos cuando no había nadie, también era una sensación habitual. Pero enseguida comprobé que era la máquina de hacer hielo de la cafetería. Y es que en el silencio de la noche muchas veces los sentidos engañan.

También sufrí en carnes propias el funcionamiento descontrolado de los teléfonos. Algunas veces recibía en recepción llamadas desde habitaciones que estaban desocupadas, o algunos clientes recibían llamadas desde la recepción sin que yo hubiera llamado a la habitación. En este caso la solución no era demasiado complicada. Las líneas se encontraban “sucias” debido a, por ejemplo, la programación errónea del servicio de despertadores, y bastaba con limpiarlas marcando los códigos que indicaban las instrucciones de la centralita.

Dicho esto supongo que habrá algunas cosas que tendrán su sencilla y lógica explicación, aunque también comprendo que cuando hay aparatos que funcionan incorrectamente y los técnicos no encuentran explicación, o cuando se ven y escuchan cosas cuyo origen no se conocen el miedo se apropie del más valiente.

El caso del viajante que acudió asustado a la recepción del hotel anterior me ha traído a la memoria una conversación que tuve en su día con un viajante que acudía frecuentemente al hotel en el que yo trabajaba. Por acuerdo con su empresa cuando venía a Toledo solía pernoctar en dos hoteles. Uno era en el que yo trabajaba, y el otro el primero del que hemos hablado,  el edificado sobre un antiguo orfanato. Era un cliente que podía venir sin previo aviso a altas horas de la madrugada, y con el que teníamos un trato preferencial al ser un cliente habitual. Pese a que no teníamos servicio de restaurante siempre teníamos la deferencia de prepararle en la cafetería un sándwich o algo de picar, y a esas altas horas, en las que no había nadie más, era inevitable mantener conversación con el único cliente despierto. Recuerdo que me decía que, pese a que el otro hotel estaba más céntrico y disponía de restaurantes y más servicios alrededor, prefería no ir allí. Y es que, según comentaba, no podía dormir bien porque siempre le pasaban cosas raras en la habitación. En aquel momento no le di mayor importancia y no le pregunté, pensando que podría tratarse de cosas triviales como fallos en la calefacción, o ruidos de las tuberías del baño. Hoy me arrepiento y me pica la curiosidad de a qué se referiría.

Si conoces algún caso más, o más información de estos mencionados, no dudes en compartirla aquí.


1. Conferencia celebrada en el Paraninfo de Lorenzana el 23 de Abril de 1998, organizada por la Asociación Popular de Estudiantes Universitarios (A.P.E.U.), con la colaboración del Centro de Estudios de lo Imaginario de Toledo. Actualmente tengo grabada dicha conferencia en VHS y deseo digitalizarla para poderla publicar aquí previo permiso de Fernando Ruiz de la Puerta

Las Momias de San Andrés

Entre los numerosos enigmas que se esconden bajo el suelo de la histórica Toledo, existen varios enclaves en los que podemos encontrar restos momificados de los antiguos moradores de la ciudad.

Ya vimos en una entrada anterior como en Santo Domingo el Real las monjas conservan los restos de “Sanchito”. En la Sala Capitular de San Clemente encontramos a las conocidas como “Las Trece Venerables”, que se trata de trece religiosas momificadas que se encontraron casualmente en una reforma del convento. En el convento de las Carmelitas Descalzas, y con fácil acceso para los visitantes de su iglesia, descansan los restos incorruptos de la Beata María de Jesús. Y así podríamos continuar con un extenso listado por numerosos rincones del recinto histórico de Toledo.

Fotografías de © David Utrilla Hernández 2014. Todos los derechos reservados. Publicadas en www.davidutrilla.com

Fotografías de © David Utrilla Hernández 2014. Todos los derechos reservados. Publicadas en www.davidutrilla.com

Pero sin duda, por número y estado de conservación, las más conocidas son las que reposan en una cripta de la Iglesia de San Andrés. Aunque continuamente se venga discutiendo su origen la explicación más lógica es que procedan de una monda del antiguo cementerio de la propia parroquia, o del vecino convento de la “Vida Pobre”. Una monda no es otra cosa que una exhumación de los restos de un cementerio cuando hay que dejar espacio para nuevos enterramientos. En este caso lo más extraño es la disposición en la que se encuentran estas momias, y sobre todo el alto número de ellas.

Casualmente encontré el siguiente artículo en la revista “Provincia” de la Diputación de Toledo, que también publicó Luis Moreno Nieto en su libro Toledo; sucesos, anécdotas y curiosidades.

Fernando Montejano narra en Pueblo (6-XI-1969) la visita que realizó a las momias del templo toledano de San Andrés:

“A la izquierda del presbiterio, una puerta de cuarterones aparece cerrada por grueso candado. Tenemos la intuición de hallarnos en el umbral de la muerte detenida por los siglos. Buscamos al viejo sacristán. Llega medroso, dirigiendo sus ojillos turbados a las cámaras fotográficas y a la puerta de cuarterones.

– ¿Qué buscan ustedes en este santo lugar?

– Setenta y dos momias.

Tiembla un instante sorprendido. Dice llamarse Mariano Sánchez, llevar allí muchos años, y jamás haber oído tales patrañas; pero la memoria de Felipe Ximénez Sandoval nos anima a deslizarle un billete entre sus dedos temblorosos. Y surge la cuarta llave.

– No irán ustedes a publicar las fotos – comenta.

– Son para una colección particular.

Abre el candado y nos cede el paso. Entramos en una pequeña habitación, llena de polvo, con un atril antiquísimo, una Biblia desgajada y unos velones de tiempos pretéritos. Al fondo se columbra, en el suelo, una trampilla y el brillo oscuro de una argolla. Tira de ella, rechinan los goznes y deja el paso libre a la cueva.

– Tendrán que descender uno a uno… Tomen estas velas.

Descendemos por una escalera de mano. El recinto es pequeño. La luz que portamos expande claridades siniestras y va mostrándonos contra las paredes, apoyados y amontonados, los restos mortales de la impresionante colección arqueológica. He aquí en toda su dimensión las momias de Felipe, que no pudo hallar José Antonio Primo de Rivera.

Hay vestigios de ropas sobre algunos de estos cadáveres momificados y sus gestos delatan que la muerte que sufrieron fue violenta. Una paz infinita se respira en el antro. Inexplicablemente no hay una mota de polvo. Ante el espectáculo de esta muerte, detenida sin duda por secretos de embalsamamiento, solo persiste una idea: Pulvis eris et in pulvis reverteris.

Fuera aguarda, trémulo, el sacristán, Mariano Sánchez. Le preguntamos la razón de una fecha, 1449, grabada en el púlpito.

– Coincide – nos explica- con la llegada de las momias. Estaban enterradas en San Román y fueron trasladadas aquí en aquel año.

Ello explica que Primo de Rivera y Ximénez Sandoval llegaran a su cita con cinco siglos de retraso. Mariano Sánchez termina:

– Dicen que las momias proceden de las matanzas que se ocasionaron en Toledo entre los Castro y los Lara, cuando Don Manrique, tutor de Alfonso VIII, quiso proclamar la mayoría de edad del rey. Esto ocurrió en 1164.

Ocho siglos… Leyenda o crónica auténtica, todo parece encajar con el polvo que llena las naves de la iglesia, que muestran ya algunos claros en el lento trabajo de las obras de restauración. El sacristán nos acompaña hasta la salida. Allí nos dice con timidez:

– Vuelvan cuando quieran, pero no lo comenten con nadie.

Caminamos de nuevo. Detrás queda la constancia de este lugar. Nosotros nos llevamos el testimonio gráfico de esos seres insepultos que, según Gilles Mauger, José Antonio no pudo encontrar, y según Mariano Sánchez, debieron ser desenterrados ciento treinta y nueve años antes de que Doménico Theotocópuli pintara, para la iglesia de Santo Tomé, su célebre cuadro El Entierro del Conde de Orgaz.

Extraído del nº 84 de la revista “Provincia” de la Excma. Diputación Provincial de Toledo. 4º trimestre de 1973

El siguiente relato, basado en un original de Juan Moraleda y Esteban, explica el supuesto origen de estas momias, que en un principio se conservaron en la Iglesia de San Román, para ser trasladadas posteriormente. Aunque como hemos visto anteriormente no tiene ningún argumento que lo sustente más allá de la fantasía. Además, Eduardo Sánchez Butragueño en su blog “Toledo Olvidado”, recupera la siguiente fotografía de la Casa Rodriguez fechada en 1905 (ir al artículo de Toledo Olvidado).

Fotografía de las momias de San Román, de Rodríguez, recuperada por Eduardo Sánchez Butragueño

Fotografía de las momias de San Román, de Rodríguez, recuperada por Eduardo Sánchez Butragueño

LAS MOMIAS DE SAN ROMÁN

A la muerte de Sancho III, y por la minoría de edad de su hijo Alfonso, la ciudad era gobernada de forma despótica por una facción nobiliaria; los Castro. Don Esteban Illán, un afamado noble que tenía su residencia en lo que hoy conocemos por la Casa de Mesa, contagiado por el ambiente popular contrario a los gobernadores, quiso terminar con el mandato de los Castro partiendo para Maqueda en busca del legítimo rey. Allí, custodiado por gran cantidad de soldados, estaba alojado el joven heredero del trono, que por entonces apenas era un chiquillo de corta edad. Illán recoge al Infante Alfonso y lo trae en secreto a la ciudad, pero como no es fácil esconderlo decide acondicionar la torre de San Román para que el Infante pudiera descansar en un lugar acorde a su alcurnia.

Amanece el 16 de agosto del año 1166, y el sol comienza a acariciar con sus primeros rayos la parte más elevada de la torre de la iglesia de San Román, convertida en improvisado y lujoso aposento real para la ocasión. Los clarines rompen el silencio de la temprana hora despertando a toda la población, a la vez que don Esteban Illán, sosteniendo firmemente el pendón de Castilla desde la torre, grita con los suyos:

-¡Toledo, Toledo, Toledo por el rey Alfonso VIII!.

La población despierta alarmada por el ruido, pero no sabe que partido tomar por miedo a las represalias de los Castro, que de inmediato acuden con todos sus efectivos en un intento de sofocar la revuelta. Pero los de Lara, enemigos acérrimos de los Castro, unen sus fuerzas a don Esteban Illán, y al poco tiempo hacen lo propio gran número de toledanos, igualándose así en número a sus adversarios.

La lucha fue virulenta en todos y cada uno de los rincones de Toledo, y especialmente en las cercanías de la iglesia de San Román, donde la calle quedó prácticamente oculta por los cadáveres de ambos bandos, aunque mayoritariamente de los Castro. Finalizada la batalla quedó triunfante el bando comandado por don Esteban Illán, quedando así los Castro fuera del poder. Alfonso fue declarado mayor de edad, y desde aquel día comenzó a reinar como Alfonso VIII.

Quedan muchos testimonios y recuerdos documentales de aquel acontecimiento, pero ninguno tan horrible y revelador como el que, hasta no hace mucho, podíamos contemplar en una lúgubre y húmeda habitación del templo de San Román. Allí, hacinados en un rincón, se apiñan gran número de esqueletos humanos, mientras que en la parte más profunda del aposento se amontonan numerosas momias que muestran diversas y violentas posturas.

Son todos los que perdieron su vida aquella histórica mañana del 16 de agosto del año 1166.

Mención aparte merece el enterramiento de don Álvaro de Luna en la Catedral de Toledo, del que ya tendremos oportunidad de hablar en un futuro.

Mientras tanto, y para conocer más de las momias de San Andrés, se pueden disfrutar de las excelentes fotografías de David Utrilla en su blog (ver)

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Y de más información de momias en Toledo, por Juan Luis Alonso Oliva, en la imprescindible web Leyendas de Toledo (ver)

El Baño de la Cava

A escasos metros del puente de San Martín, a la orilla derecha del Tajo, podemos contemplar los restos de lo que se viene denominando desde hace siglos como “El Baño de la Cava”. Numerosos y eruditos investigadores han tratado de dar respuesta a este enigma arqueológico, afirmando que se trata del estribo de un antiguo puente, anterior al de San Martín, que cruzaba el río en otra época. Otros afirman que se trata de un pequeño embarcadero donde se amarraban las barcas que navegaban por el Tajo. Pero otros aseguran, sin que haya podido desmentirse su versión, que nos hallamos ante los restos del palacio del conde don Julián, dando pie a la célebre leyenda.

Si Rodrigo ha pasado a los anales de la historia no ha sido sólo por ser el último rey visigodo, sino también por ser el más ruin y mezquino de todos ellos. Buena cuenta de ello da el suceso acontecido a finales de su reinado.

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Cuentan que andaba cierto día el vil rey por las afueras de la ciudad, reflexionando sobre la manera de repeler al enemigo musulmán que trataba de cruzar el estrecho de Gibraltar para invadir la Península. Rodrigo había malgastado su reinado entregado al libertinaje y desentendiéndose de los asuntos de la corona. Ahora, ante la amenaza del invasor africano, se vería la verdadera magnitud de la negligencia del noble godo, quien para nada se hallaba arrepentido de su proceder pasado. Lo único que le preocupaba era pasar a la historia como el rey bajo cuyo mandato expiró el reinado de un pueblo próspero.

Cruzaba el puente de entrada a la ciudad, absorto en sus pensamientos, cuando una escena vino a sacarle de su trance. Entre las armónicas ondas del cristalino río, junto al palacio del conde don Julián, se adivinaba la perfecta silueta de una hermosa jovencita que hasta entonces había escapado a la vista del monarca. Florinda, que así se llamaba lo joven hija del conde, se bañaba confiada como cada mañana, protegida por los leales soldados de su padre y ajena a miradas extrañas. Pronto el caprichoso Rodrigo quiso añadir la joven a su sucio botín de damas mancilladas, y movido por tan cruel impulso enseguida se dirigió a los guardianes del puente, con la finalidad de recabar la mayor cantidad de información posible. Pronto supo el nombre y la identidad de la dama, así como su costumbre de acudir todos los días a la misma hora a darse un baño en el mismo lugar. El prudente conde don Julián ocultaba a su hija de los varones de un reino corrompido, y cada vez que ésta salía del palacio lo hacía acompañada por un buen número de fieles soldados del sobresaliente conde.

Apenas habían pasado unos días desde que el sucio monarca puso sus ojos en Florinda cuando ya había urdido un malévolo plan para tratar de conseguirla. Bajo el pretexto de la inminente invasión sarracena convocó en su palacio a la totalidad de la nobleza toledana, alertándoles sobre el grave peligro que corría el reino si no se emprendía alguna acción con prontitud.

Os he hecho reunir –dijo el rey-, porque nuestro reino se encuentra en grave peligro ante la amenaza del invasor africano. Necesito voluntarios para partir de inmediato al sur y hacer frente a esta amenaza.

No necesitó el malvado Rodrigo decir más. En apenas unos instantes ya se habían ofrecido más de una decena de nobles para encabezar el ejército visigodo en la previsible batalla. Pero entre los voluntarios no se hallaba el conde don Julián, quien se hallaba expectante a todo cuanto se decidía. El astuto rey, viendo peligrar sus planes, se dirigió al noble diciéndole:

No sabía, conde, que tras largos años de servicio a vuestro pueblo os habíais vuelto cobarde con la edad. ¿Es que acaso no queréis prestar a vuestro pueblo el auxilio que le es tan necesario?.

Sabed majestad –contestó el íntegro caballero-, que si no me ofrezco para tan digna misión no es por cobardía ni deslealtad, sino porque responsable de una joven hija me veo obligado a permanecer a su lado para protegerla de todo peligro.

Pues si ese es vuestro impedimento no os preocupéis. Vuestra hija podrá permanecer en mi palacio al servicio de la reina hasta vuestro regreso, y sin duda aquí gozará de mayor protección que en cualquier otro lugar.

No pudo el fiel conde negarse al ofrecimiento de su infame señor, quien sonreía al ver progresar sus planes de la forma esperada. Al día siguiente partió hacia el sur un poderoso ejército encabezado por los más valientes nobles del reino, entre los que destacaba el bizarro don Julián, cuya hija había quedado bajo el dudoso protectorado de Rodrigo.

Pronto comenzó la inocente Florinda a sentirse acosada por el caprichoso rey, que quedó frustrado al verse rechazado una y otra vez. Y es que Florinda, a la vez que inocente, era sensata y evitaba sutilmente quedarse a solas con el despiadado Rodrigo. Pero a éste parecía que no le importaban los continuos rechazos de la dama, ni siquiera las reprimendas de Egilona, su mujer, y constantemente importunaba a Florinda con deshonestas proposiciones. La joven, hastiada del acoso a que se veía sometida, aseguró un día a su perseguidor:

Señor, podéis tomarme como esclava si queréis, pero nada más, porque nunca me entregaré a vos.

Pero Rodrigo era tan caprichoso como orgulloso e insistente. Sus caprichos se convertían en leyes, y las leyes se habían dictado bajo sus caprichos. Por eso un día organizó un multitudinario festejo en honor de Florinda, haciendo ostentación de su poder. Para mayor humillación el festejo se celebraría en el palacio del conde don Julián, concretamente en el lugar junto al Tajo donde el monarca había visto por primera vez a la inmaculada adolescente. El lugar se había preparado para el evento con la colocación de enormes tablados y mesas para el recibimiento de los más de veinte mil invitados. Cuando todo estaba preparado el rey llamó a Florinda, y mostrándole todos los preparativos le dijo:

Todo esto lo he hecho para demostrarte mi verdadero poder. Mañana se concentrarán aquí más de veinte mil invitados dispuestos a rendirte honor si aceptas entregarte a mí.

Pero la candorosa chica le respondió:

Señor, ya os he dicho varias veces que no me entregaré jamás a vos. Os ruego que desistáis de vuestro capricho, que probablemente sea pasajero, y no pongáis en peligro el reino a consecuencia de una fantasía innecesaria.

¿Pretende una mocosa como tú decirme lo que debo o no debo hacer?. Mañana caerás rendida a mis pies, pues te dedicaré el festejo y haré que todos te admiren y me envidien por poseerte.

Pero he aquí que la providencia no quiso que se celebrara el evento, pues esa noche el Tajo, enojado por los sucios deseos del indigno Rodrigo, se salió de su cauce para arrasar todo cuanto se hallaba dispuesto para la fiesta.

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Enrabietado el rey ante tal imprevisto trasladó la fiesta a su palacio, al que sólo fueron invitados los nobles presentes de mayor influencia. El bochornoso espectáculo fue lamentable, y las cantidades de alcohol ingeridas desmesuradas. El embriagado Rodrigo cayó sobre la pura Florinda para deshonrarla, mientras sus súbditos se convertían en cómplices del deshonor al aprobar el deplorable acto con sus aplausos y vítores.

La ultrajada Florinda huyó al día siguiente del palacio ayudada por un viejo servidor suyo, dirigiéndose desconsolada en busca de su padre. Cuando le encontró cayó a sus pies, herida de muerte en el alma, arrepentida de una falta que jamás cometió. Don Julián, cegado por una comprensible ira, unió sus fuerzas a las del invasor sarraceno, y gracias a la ayuda del conde los musulmanes accedieron a la Península haciéndose con el territorio visigodo en breve espacio de tiempo. Don Julián sació su sed de venganza en poco tiempo, cuando pudo arrebatarle la vida al sucio Rodrigo con sus propias manos, aunque la afrenta ya estaba hecha.

Nunca más se supo de la pobre Florinda, a la que el pueblo apodo injustamente “La Cava”, al considerarla la mayor culpable de causar la invasión musulmana. No se sabe dónde se refugió, ni cuando murió. Pero los románticos amantes de las leyendas aseguran que cada noche, cuando la luna refleja su brillo en las aguas del Tajo, se distingue la figura de una joven que dirige una triste mirada al lugar donde se levantaba el palacio del leal conde don Julián.

(Sobre relato de Antonio Delgado)

El Castillo de San Servando

Un poco de historia

Su procedencia se remonta a época árabe, hecho supuesto y probado pero del que no existe constancia documental. Tenemos que remontarnos a los años posteriores a la Reconquista para tener datos puntuales sobre la fortaleza. El 11 de Marzo de 1088 el monarca Alfonso VI fundó en este lugar un monasterio dedicado a los santos Servando y Germano, dotándolo de importantes donaciones y privilegios.

Los monjes se vieron obligados a abandonar el monasterio entre el 1099 y el 1010, debido a los constantes ataques musulmanes facilitados por su situación extramuros. La reina doña Urraca cedió el edificio en 1113 al arzobispo don Bernardo, perteneciendo a la Catedral como mínimo hasta principios del siglo XIII. Desde esta época hasta fines del siglo XIV no sabemos los avatares sufridos por el monasterio, hasta que entre 1380 y 1389, tras las intestinas guerras entre Pedro I y su hermano ilegítimo Enrique de Trastámara, fue reconstruido por el arzobispo Pedro Tenorio.

No permaneció en buen estado mucho tiempo, ya que en el siglo XVI parece ser que volvió a presentar estado de ruina, no siendo restaurado pero sí utilizado para distintas funciones, como consta la de polvorón en 1857. En 1873, a causa de su deplorable estado, salió a subasta por precio inferior a 3.500 ₧ (21 €), lo que originó que interviniera en 1874 la Comisión Provincial de Monumentos declarando al castillo Monumento Nacional, siendo el primer castillo en la península en recibir tal denominación. Distintos trabajos arqueológicos realizados en 1920 descubrieron varias tumbas medievales.

El edificio fue cedido en 1945 a la Delegación de Juventudes, quien restauró el castillo para fines propios. En la actualidad es utilizado como albergue y residencia universitaria.

Dos leyendas tradicionales, con idéntico título:


EL FANTASMA DE SAN SERVANDO 

(Sobre relato de Leopoldo Aguilar de Mera)

Numerosos son los avatares que ha sufrido el Castillo de San Servando desde su remota construcción, allá en época árabe. Alfonso VI, tras la reconquista de Toledo, considerando su importancia estratégica, lo restauró cediendo su custodia a Rodrigo Díaz de Vivar el Cid, siendo destinado años más tarde al cobijo de los Caballeros Templarios. La historia que sigue a continuación ocurrió precisamente en esta etapa, cuando la fortaleza estaba custodiada por dichos caballeros.

Era una gélida noche de noviembre marcada por la ventisca y la lluvia, que no había cesado desde el amanecer. En los campanarios de la ciudad retumbaron diez campanadas, y el silencio de la noche sólo era roto por los súbitos y violentos golpes de viento. Todos los inquilinos de la fortaleza yacían en profundo sueño, a excepción de los vigías y de don Nuño Alvear, el viejo caballero al que tocaba hacer guardia esa madrugada. El centinela pasaba la vigilia en su angosta habitación, calentada por una débil hoguera en la chimenea, en espera de caminantes que al llegar tarde a la ciudad encontraran sus puertas cerradas y necesitaran albergue donde pernoctar.

Se hallaba don Nuño Alvear inmerso en sus pensamientos, medio adormecido por el monótono chisporroteo de la chimenea, cuando unida al soplo del viento creyó escuchar una tenebrosa y estremecedora voz. El viejo hidalgo no distinguió palabras, pero sí un susurro que le llenó de terror.

Poco tiempo después oyó al pie de la torre la caracola de los peregrinos, seguida de dos fuertes aldabonazos en la puerta que le hicieron sobresaltarse y dirigir una asustada mirada hacia el lugar donde se encontraba el vigía. Lo más seguro es que se tratara de algún necesitado, pero no había que confiar en los que andaban errantes a tan altas horas.

Don Nuño, intranquilo, escuchaba tras la puerta al recién llegado, que dialogaba con los soldados de la entrada suplicando albergue. Su voz tenía un acento cascado, que se confundía con el fuerte azote del viento.

Pocos minutos después se presentó en la cámara del Templario un viejo canoso de larga y blanca barba. Sus manos sarmentosas sostenían a duras penas el báculo de peregrino, y sus pies descalzos se arrastraban penosamente por las losas del pavimento. Don Nuño, sobrecogido, se levantó de su asiento dirigiendo su temerosa mirada al anciano, que le dijo:

 – Por fin me presento ante vos.

– ¿De dónde venís y a dónde os dirigís? –preguntó el anfitrión con voz temblorosa-.

– De dónde vengo es un enigma, pero allí he de regresar de nuevo.

El centinela del castillo no acertaba a comprender las palabras del visitante. Se encontraba aturdido a causa del miedo, hasta el punto que llegó a frotarse los ojos creyendo que soñaba. Viendo que no era sí, preguntó de nuevo al anciano:

– Decidme, ¿quién sois y a qué habéis venido?.

– A por vos. O mejor aún, a por vuestra alma, que escapa de vuestro pecho como el humo escapa de la llama. Ahora estáis en mis manos. ¡Soy vuestra muerte!.

Un escalofrío recorrió el cuerpo del Templario, que aterrorizado cogió una trompa para llamar a sus guardias.

– Es inútil –le advirtió el anciano-. En vuestro pecho no queda fuerza para el más leve soplo. Debéis afrontar vuestro destino.

– ¡Os lo ruego –suplicaba don Nuño-, dejadme!.

– De nada sirven vuestros ruegos ante los testimonios de los que os acusan ante Dios. ¡Mirad, mirad!.

Entonces, entre las llamas de la chimenea, comenzaron a reflejarse multitud de rostros marcados por el dolor que le hacían muecas de trágica burla. Don Nuño reconoció todos y cada uno de ellos. Se trataba de los numerosos desdichados que habían sufrido a manos del cruel Templario. Entre ellos se encontraban los innumerables musulmanes que había hecho crucificar por leves delitos, las jóvenes doncellas que fueron arrojadas por un precipicio al negarse a satisfacer sus sucios deseos, los pacíficos peregrinos que huían humeando en carne viva al serle derramado aceite hirviendo desde lo alto de las torres del castillo. Todas las escenas fueron revividas por don Nuño, que cayó al suelo echándose las manos a los ojos sintiendo que le ardían las entrañas. Todo esto ocurría bajo la atenta mirada del anciano peregrino, que permanecía imperturbable ante el horrible sufrimiento del Templario. Poco después se le nubló la vista, el corazón comenzó a agitársele bruscamente y un zumbido atronó en su cerebro.

Al despuntar el alba uno de los soldados se dirigió a la cámara de don Nuño, comprobando con espanto que éste se hallaba muerto en el suelo, con el pelo más blanco, y con abundante sangre manando de su nariz, boca y ojos.

Del misterioso peregrino no supieron nada.


EL FANTASMA DEL CASTILLO DE SAN SERVANDO

(Sobre relato de Vicente Mena Pérez)

Sin duda aquella fue una época en la que surgieron en Toledo numerosos hidalgos que serán recordados por todas las generaciones por su valor y arrojo. No en vano las cuantiosas campañas militares que tan a menudo se desarrollaban facilitaban enormemente la labor a todos aquellos que ansiaban hallar la gloria en poco tiempo.

Uno de estos insignes caballeros era don Lorenzo de Cañada, protagonista de nuestra historia, uno de los más afamados nobles de la ciudad. Ya no gozaba del privilegio de la juventud, pero sus pretéritas hazañas en Flandes al servicio de Felipe II le habían otorgado un puesto de confianza al frente de la guardia de la ciudad. Se encontraba en su cámara del Alcázar una fría noche de invierno cuando el jefe de la guardia del Puente de Alcántara irrumpió repentinamente. La brusca entrada del centinela sobresaltó a don Lorenzo, pues ya hacía por lo menos dos horas que se había dado el toque de queda y la interrupción de su subordinado no podría deberse a nada bueno:

– ¿Qué es lo que pasa?. ¿Es que ocurre algo en el Puente? –preguntó-.

El soldado, que apenas podría articular palabra a causa de la precipitación con la que había acudido ante la presencia de su señor, comenzó a explicar atropelladamente:

– Señor, se trata del Castillo de San Servando. Hace un buen rato que hemos comenzado a oír fuertes voces y a ver como sus centinelas corrían de un lado a otro de sus almenas. Desconocíamos el motivo de tal alboroto y por eso he mandado a diez hombres para comprobar lo que ocurría.

– ¿Y ya han vuelto?.

– Así es.

– ¿Y que es lo que han averiguado?.

– Pues que el motivo de tal alboroto es la extraña muerte del alférez Valdivia, al que han hallado poco después de la media noche con evidentes signos de violencia.

– ¿Y habéis capturado al asesino, supongo?.

– No hemos podido –dijo el soldado avergonzado-.

– ¿Y cuál es el motivo que os lo ha impedido?.

– Pues veréis, señor –prosiguió el centinela-, tras numerosas indagaciones hemos comprobado que en el momento de la muerte de Valdivia todos los inquilinos del Castillo, sin excepción, se hallaban reunidos en el salón principal, por lo que ninguno de ellos ha podido ser el asesino. Al contrario, todos ellos han podido escuchar con terror los desesperados gritos del alférez suplicando ayuda.

– Habéis inspeccionado todo el Castillo por si era algún indeseable que se hubiera ocultado entre sus muros?.

– Sí señor. Examinamos el Castillo piedra a piedra, y os aseguro que en su interior no se hallaba nadie más.

Tras oír la explicación de lo ocurrido don Lorenzo dio permiso a su centinela para marchar, no sin antes ordenarle que convocara a todos los jefes de guardia para una reunión urgente en el Alcázar.

Al día siguiente, poco después de salir el sol, los responsables de todas las guarniciones se hallaban reunidos en el Alcázar, pero lejos de alcanzar un acuerdo discutían acaloradamente sobre que resolución tomar. Finalmente, por imposición del alcaide, Ferrán Cid, se decidió dejar el castillo sin vigilancia, repartiendo su guarnición por los puntos más débiles de la ciudad. Pero esta decisión no fue aceptada de buen grado por los hombres más veteranos, especialmente don Lorenzo, quienes veían en esta resolución más muestra de cobardía que de prudencia por tratar de evitar nuevas víctimas.

Pasaron varias semanas desde el trágico suceso y en lugar de extinguirse su recuerdo era cada vez más comentado en la ciudad, pues eran innumerables los testigos que afirmaban haber visto en las proximidades del Castillo de San Servando la sombra de la figura de un descomunal guerrero ataviado con una resplandeciente armadura que exhalaba terroríficos alaridos.

Tal circunstancia provocó que nadie se atreviera a transitar por las cercanías del Castillo, situación que causó en lógico desasosiego entre los componentes de la guardia de la ciudad, que no se atrevían a tomar ninguna medida. Tuvo que ser nuestro valiente caballero, don Lorenzo, quien tomara la iniciativa para acabar con aquellos temores.

Cierta noche, tan fría y solitaria como aquella en la que murió el alférez Valdivia, el valiente hidalgo dirigió sus decididos pasos hacia el Castillo, dispuesto a acabar con el misterio de tan trágicos sucesos. Con gran determinación cruzó el Puente de Alcántara, y con paso firme llegó hasta el pie del Castillo. Una vez allí quedó extrañado, pues halló su puerta cerrada cuando sus antiguos vigilantes la habían dejado abierta de par en par. Sin dudarlo se puso ante ella, dando dos fuertes aldabonazos que retumbaron en el interior del siniestro y solitario edificio.

Apenas unos segundos después, sin que mano humana interviniera, la puerta comenzó a abrirse con un chirrido estridente y aterrador. Pero don Lorenzo, lejos de acobardarse, se acomodó su capa de manera que no pudiera estorbarle, y desenvainando su espada se adentró en el Castillo trazando círculos de derecha a izquierda rememorando viejos tiempos gloriosos.

Nunca se supo lo que ocurrió después en el interior de San Servando, pero lo ciento es que nunca volvió a verse el aterrador fantasma desde que nuestro valiente protagonista se enfrentó a él.

Son muchos los que cuando veían a don Lorenzo paseando por Zocodover le interrogaban acerca de lo ocurrido en aquel misterioso enfrentamiento, pero nuestro valiente caballero, atusándose su poblado mostacho, sólo esgrimía una amplia sonrisa como respuesta.

Misterios que se cuentan

Con toda la historia de la que los muros del Castillo han sido testigos, y protagonizar las leyendas citadas entre otras, no podía escapar este edificio a historias actuales de fenómenos extraños e inexplicables. No son tan llamativos y espectaculares como en otros lugares de Toledo, pero afirman algunos de los estudiantes que allí se han alojado, concretamente en la habitación T4, que por la noche resulta bastante difícil conciliar el sueño. Hablan de voces y ruidos inexplicables, cuando el resto de estancias del albergue están desocupadas. Y afirman que los empleados del Castillo, para evitar problemas, intentan siempre que es posible no asignar esta habitación a ningún huesped.

Hasta la fecha me ha sido imposible contactar con ningún testigo directo de estos fenómenos, por lo que me ciño a informaciones extendidas por la ciudad, a la espera de poder conocerlo más detalladamente de primera mano.

La Dama de los Ojos sin Brilo

Leyenda tradicional sobre relato de Rafael Carrasco

El increíble relato referido a continuación ocurrió poco tiempo después de que Felipe II le arrebatara la Corte a Toledo, cuando el hecho de celebrar un festejo se convirtió en algo inusual y que por tanto reunía a gran número de

Por entonces dieron ciertos condes, cuyo nombre no alcanza desgraciadamente mi memoria, un suntuosos festín con motivo de la visita a la ciudad de cierto personaje de sangre real. Los asistentes al evento difícilmente podrían olvidarlo, no sólo por el buen gusto con el que los anfitriones habían agasajado a sus invitados, sino por la variedad de personajes de alta alcurnia allí congregados.

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Uno de los que más llamaban la atención era don Luis Álvarez, encargado personal de las finanzas del monarca y su hombre de confianza. Andaba el altivo joven deambulando de un lado a otro del salón, revoloteando entre las damas como una abeja de flor en flor, cuando su mirada fue a centrarse en una misteriosa y bella damita que al contrario de las demás se agazapaba en un rincón como ajena a la fiesta. No pudo don Luis contener su curiosidad, extrañado de la actitud de la joven, y sin dudarlo se dirigió al lugar donde se encontraba. Llegando a su lado, y extendiendo su mano galantemente, dijo:

– ¿Cómo es posible que una flor tan bella prefiera estar apartada del jardín?. ¿Me darás el placer de concederme este baile?.

La joven no contestó, pero en cambio tomó la mano del caballero acompañándole al centro de la sala aceptando así la invitación al baile.

– ¿Cómo te llamas?. ¿Eres de Toledo? –preguntó él, pero la dama parecía no darse por aludida, haciendo oídos sordos a las preguntas de su pareja de baile.

Cuando acabó la pieza, la misteriosa joven se deslizó de los brazos del caballero haciendo ademán de abandonar el salón. Don Luis, más intrigado todavía, optó por acompañarla, descendiendo juntos la corta escalinata de mármol que conducía a la calle. Una vez allí preguntó él educadamente:

– ¿Me permites que te acompañe hasta tu casa?.

Pero la dama, como en las ocasiones precedentes, sólo dio el silencio por respuesta. Ignorando las palabras de su educado acompañante comenzó a caminar calle abajo, y don Luis, aturdido, decidió acompañarla en silencio. Apenas habían dado unos pasos cuando ella, con un susurro ronco y extraño, dijo:

– ¡Qué frío!.

No hizo falta que dijera más para que el cortés caballero se desprendiera de su capa de terciopelo rojo y la pusiera sobre los hombros de la damita, que continuaba caminando impávida. Tras recorrer unas cuantas callejuelas, y llegar cerca del Miradero, la joven se volvió hacia su acompañante, y con la misma extraña voz de antes susurró:

– Os ruego que no sigáis un solo paso más conmigo, pues de hacerlo me sentiré gravemente ofendida. Mañana podéis pasar a recoger vuestra capa en la casa de los condes de Orsino.

Quedó nuestro protagonista más extrañado aún si cabe, pero como era caballero ejemplar no puso inconveniente, y se despidió de la dama con una gentil reverencia.

Llegado don Luis a su alojamiento no logró pegar ojo, atormentado por el recuerdo de aquella singular señorita de la que no sabía ni siquiera el nombre. Pero al menos el día siguiente podría averiguarlo, yendo él personalmente a recoger su capa.

Así lo hizo, y con incontenibles deseos de conocer algo más sobre su acompañante de la noche anterior acudió poco antes del mediodía a la casa indicada. No le costó encontrarla, pues los condes de Orsino eran muy conocidos en la ciudad, y preguntando llegó enseguida a un amplio pero modesto caserón.

Una vez ante la puerta la golpeó decididamente con la recia aldaba, y al poco la abrió un anciano sirviente vestido de negro haciendo chirriar sus goznes.

– Buenos días, señor. ¿Puedo hacer algo por vos?.

– Buenos días –contestó don Luis-. Vengo a recuperar mi capa, pues anoche se la presté a una joven dama que me indicó que viniera a recogerla a este lugar.

El sirviente se encogió de hombros, pero invitó al caballero a entrar acompañándole hasta una rancia estancia del interior del caserón. Allí se encontraba sentada una señora de distinguido porte, que al punto se levantó en dirección al recién llegado.

– Bienvenido seáis a mi modesto hogar –dijo-. ¿Qué puedo hacer por vos?.

Don Luis, algo cohibido, le explicó lo acontecido la noche anterior a la señora, que escuchó el relato con interés. Y cuando hubo terminado el caballero, contestó:

– Pues sin duda debe haber algún malentendido, pues aquí sólo vivimos mi marido, yo y unos pocos sirvientes. ¿Podríais darme alguna descripción de tal joven?.

– Veréis –respondió él temiendo haber importunado a la elegante señora-. Se trataba de una hermosa jovencita de unos veinte abriles y con una rizada cabellera rubia. Era alta y esbelta, y su pálida piel se asemejaba al color de la luna llena. El rasgo más característico eran sus ojos, grandes como luceros pero carentes de brillo, como si estuvieran apagados por algún sufrimiento.

Mientras don Luis daba su explicación la anfitriona se dejó desplomar sobre el butacón del que se había levantado, y con la voz ahogada replicó:

– Sin duda alguien se ha burlado de vos, pues la dama que habéis descrito es mi desafortunada hija, a quien hace ya dos meses que enterramos.

El consejero de Felipe II sintió un sudor frío, y excusándose mil veces ante la sorprendida condesa se giró dispuesto a abandonar la habitación. Pero justo en ese momento sus sorprendidos ojos se detuvieron en un enorme cuadro en el que se representaba una linda jovencita. Todo coincidía con su acompañante de la noche anterior: la rizada cabellera rubia, la estilizada figura, la palidez de su piel… ¡y sus ojos sin brillo!.

– ¡¿Quién es ella…?! –preguntó el alterado caballero a la condesa-.

– Os lo acabo de decir –respondió ésta-. La desdichada hija que me fue arrebatada hace un par de meses.

– ¡Os juro que es ella!. ¡Es la dama con la que estuve anoche!.

– Sin duda habéis enloquecido, o tal vez anoche abusarais del vino.

El joven, confundido y presa de espanto, abandonó atropelladamente el caserón de los condes sin detenerse hasta llegar a su alojamiento, donde pasó varios días en cama a consecuencia de unas fuertes fiebres producto de la impresión.

Cuando al fin pudo levantarse, y cuando se hallaba sentado a la mesa recuperando fuerzas, llegó un corchete portando aquella capa roja que días atrás había prestado a la misteriosa dama.

– Creo que esta capa es vuestra –dijo el corchete-. La he reconocido por vuestras iniciales bordadas.

– ¿Dónde la has encontrado? –preguntó don Luis levantándose y cogiéndola nerviosamente-.

– La encontré en el cementerio, sobre la tumba de la condesita de Orsino.

Sanchito, la momia de Santo Domingo el Real

Sancho de Castilla y Sandoval, hijo de Pedro I “El Cruel”, tenía apenas siete años cuando murió en la fortaleza de Toro (Zamora) a la corta edad de siete años. No estaba claro el motivo de su muerte, aunque siempre se barajó que fue envenenado por Enrique de Trastámara, hermanastro de su padre y a quien asesinó para arrebatarle su trono. Viendo en el pequeño un posible obstáculo para la sucesión pudo acabar con su vida, a pesar de que el pequeño Sancho no era el primogénito de su padre.

Los restos del malogrado Infante fueron trasladados al Monasterio de Santo Domingo el Real por orden de su hermanastra, María de Castilla, que también era priora de este toledano convento. Y allí permanecieron intactos los restos del niño hasta el año 2004, cuando fue descubierto casualmente en una remodelación del altar. Sin embargo hubo que esperar hasta el 2006, cuando el retablo donde estaba enterrado fue restaurado, y la circunstancia, con la autorización de las religiosas que actualmente se encargan del convento, fue aprovechada por un equipo multidisciplinar de investigadores para estudiar sus restos mortales e intentar averiguar el verdadero motivo de su fallecimiento.

sanchito

En este estudio, coordinado por el director del Laboratorio de Antropología Física de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, Miguel Botella, participaron también especialistas del Hospital Clínico de Barcelona, el Servicio de Salud de Castilla la mancha, la Universidad de Granada, la Universidad de Alcalá de Henares, y la Dirección General de la Policía Científica de Madrid.

Lo primero que llamó la atención fue el buen estado de conservación de los restos del Infante, que por las condiciones de clima y humedad estaba momificado. Esto permitió que pudiera realizarse una biopsia de los restos de tejido que aún se conservaban, como el corazón y los pulmones, con métodos poco agresivos para respetar al máximo la integridad de los restos. Además se realizó un TAC en el Hospital Virgen de la Salud de Toledo, a cargo de los doctores José María Pinto y Cristina Romero, que descartó que la muerte de Sancho fuera consecuencia de algún trauma o golpe violento.

Un estudio toxicológico completo, junto a pruebas de microscopia electrónica, descartaron la presencia en sus tejidos blandos de venenos habituales como el cianuro, o de metales pesados como el plomo o el mercurio. Sí que encontraron algún resto de arsénico en su cabello, pero era práctica habitual en su época utilizarlo para embalsamar el cadáver. Por eso se concluyó que la teoría del asesinato por envenenamiento debía descartarse por completo.

Las pruebas en cambio si que detectaron cierta inflamación pulmonar, posiblemente debido a algún proceso inflamatorio de tipo hemorrágico. Todo ello hace pensar que el hijo de Pedro I falleció de forma natural, posiblemente por una neumonía.

Tras hacer la investigación, los restos de Sanchito (como cariñosamente se refieren a él las religiosas), fueron depositados de nuevo en su lugar del hueco del retablo para continuar su descanso eterno. Allí descansa, con vestiduras de monaguillo, bien cuidado por las religiosas de Santo Domingo el Real.

La Mesa de Salomón

Varios son los objetos sagrados que han sido buscados desde hace siglos a lo largo y ancho de todo el mundo, como la Lanza de Longinos, el Arca de la Alianza, El Santo Grial, y el que ahora nos ocupa: La Mesa de Salomón, de la que siempre se ha sospechado que recaló temporalmente, o quién sabe si aún continúa oculta, en la ciudad de Toledo.

Pero, ¿qué es exactamente La Mesa de Salomón?. ¿Se trata de un talismán, u otro objeto simbólico?. ¿Era realmente una mesa, o tenía otra forma a pesar de su nombre?. Vayamos por partes, para tratar de explicarlo.

Salomón fue rey de Israel entre los años 978-931 a.C., y según narra la leyenda más extendida escribió todo el conocimiento del universo, incluyendo la fórmula de la creación y el verdadero nombre de Dios (que no puede ser escrito y sólo debe pronunciarse para provocar el acto de crear, según la tradición cabalística), en una tabla o espejo. La importancia de esta tabla, o mesa, se debe a que su poseedor tendría el conocimiento absoluto, ya que al conocer el nombre de Dios conoce también la “fórmula” de su creación. Asegura también la leyenda que el día en que La Mesa de Salomón sea descubierta el fin del mundo estará próximo.

¿Y cómo acabó en Toledo?. Nos tendremos que remontar varios siglos atrás. El lugar donde estaba guardada era el legendario Templo de Jerusalén, donde sobrevivió a la destrucción y saqueos de tiempos de Nabuconodosor II. El templo sufrió una nueva destrucción en época de Tito, y entonces fue trasladada a Roma en el año 70, siendo guardada primero en el templo de Júpiter Capitolino, y posteriormente trasladada a los palacios imperiales.

Allí permaneció hasta el año 410, fecha en que Alarico saqueó Roma y se apoderó de todo el botín de Tito, trasladándolo todo a Carcasona. Allí fue guardada hasta el año 507, en que fueron derrotados por los francos, y Teodorico lleva el tesoro (incluida la Mesa de Salomón) a Rávena. En el año 526 Amalarico reclama el tesoro a Teodorico, quien se lo cede, siendo trasladado a Barcelona. Se supone que desde allí la Mesa y el resto del tesoro fue trasladado a Toledo, nueva capital, aunque de ello sólo queda constancia en una cita documental de Aben Adhari: “Trasladaron tesoros y botines innumerables, entre los cuales se encontraban misteriosos amuletos mágicos, de cuya conservación y custodia dependía la suerte del Imperio fundado por Ataulfo”.

En Toledo el preciado tesoro se funde con otro mito legendario; La Cueva de Hércules. Y es que afirma la tradición que fue en esta milenaria y mágica cueva donde fue guardada la Mesa durante bastantes años. Hasta el 711, año en que Tariq comienza a conquistar la Península para los musulmanes, y se apunta a que la Mesa de Salomón fue trasladada a Medinaceli con el propósito de ponerla a salvo. A partir de entonces las noticias son confusas, ya que algunos textos apuntan a que Tariq se hizo con el tesoro, sufriendo terribles disputas con los suyos por su propiedad. Mientras que otros textos aseguran que si bien Tariq se hizo con una mesa hecha de oro y cuajada de brillantes nada tiene que ver con la que realmente nos ocupa.

Realmente si nos ceñimos a la amalgama de textos y teorías existentes al respecto no llegaremos a una conclusión certera, ya que hay quiénes afirman que jamás se movió de la ciudad de Toledo, y permanece oculta en alguno de sus innumerables subterráneos, mientras otros afirman que posiblemente fuera trasladada en la misma dirección que el hallado Tesoro de Guarrazar, a unos escasos kilómetros de la ciudad de las tres culturas, y fuera ocultada en la Iglesia de Santa María de Melque, vinculada posteriormente a la Orden del Temple, y que dispone de unas amplias y enredadas galerías subterráneas que la convierten en un lugar propicio para esconder el más valioso de los tesoros.

Es innegable que son muchas las posibilidades del destino de la Mesa de Salomón desde su supuesto origen hasta el traslado a Toledo, si es que realmente algún día estuvo aquí. La leyenda y la tradición así lo afirma, y son muchos los estudiosos que, obsesionados con el tema, han creído encontrar la pista definitiva sobre su destino actual. Sin embargo, a fecha de hoy, todavía no ha sido encontrada.

En este programa de Telemadrid, “Rastreadores de Misterios”, Fernando Ruiz de la Puerta y otros conocidos investigadores de Toledo nos dan su visión del tema.

El caso de San Pedro Mártir

Claustro de San Pedro Mártir. Fotografía de José Luis Filpo Cabana

Claustro de San Pedro Mártir. Fotografía de José Luis Filpo Cabana

Si tuviéramos que elegir un lugar de Tóledo célebre por sucesos extraños acontecidos en él, y conocidos por casi todos los habitantes de la ciudad, ese no es otro que el antiguo convento de San Pedro Mártir. Y es que este edificio, hoy reconvertido en Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, es uno de los más visitados por los estudiantes toledanos, ya sea por que están allí matriculados, o simplemente porque van a hacer uso de su amplia y tranquila biblioteca.

Un poco de historia

En el año 1407, sobre unas casas propiedad de doña Guiomar de Meneses y don Alonso Tenorio de Silva, se ubicó en este lugar un convento de frailes dominicos bajo la advocación de San Pedro Mártir. Poco a poco, con el paso de los años, los frailes recibieron en donación más propiedades aledañas o fueron comprándolas, llegando a ocupar una extensión de casi doce mil metros cuadrados. Se dio la circunstancia que tuvieron que unir parte de sus propiedades con un cobertizo, e incluso construir en una calle pública, por lo que el Ayuntamiento les obligó a perpetuidad a que permitieran el paso a los ciudadanos por el interior del templo y del claustro, que por este motivo fue conocido como el “claustro de las procesiones”. Esta obligación debía cumplirse desde la salida hasta la puesta del sol, y estuvo vigente hasta la exclaustración del templo en 1835.

Este convento tuvo gran importancia, no sólo por su tamaño, sino por otras circunstancias peculiares, como por ejemplo que en él establecieron los Reyes Católicos la primera imprenta que hubo en Toledo. Aquí se imprimían las famosas bulas que se comerciaban en la cercana calle que tomó nombre de esta actividad, la calle de las Bulas. La actividad de la imprenta duró hasta finales del XIX, por la constancia que queda de las últimas obras allí impresas.

Otro motivo por el que es célebre este convento es por haber sido sede del Tribunal de la Inquisición en 1485, ya que los dominicos tenían encomendado el juicio de las causas. Desde aquí es desde donde partían a Zocodover los encausados por la Inquisición, camino a la plaza de Zocodover, en donde tendría lugar el auto de fe. Nada más lejos de la leyenda urbana que afirma que en este convento los inquisidores torturaban y ejecutaban a herejes y acusados de injurias contra la fe. En esta época, la de mayor auge del convento, llegaron a morar entre sus paredes más de sesenta frailes, muchos de ellos afamados miembros del Santo Oficio.

Otro capítulo importante del edificio se puede datar durante la invasión francesa, en dónde tropas del ejército de Napoleón lo tomaron como albergue, llegando a causar notables desperfectos.  Son estos acontecimientos los que utilizó Bécquer para una de sus más célebres leyendas,  la de “el beso”, cuya lectura recomiendo encarecidamente.

Estatua orante en la Iglesia de San Pedro Mártir - Fotografía de Fjdrevorio

Estatua orante en la Iglesia de San Pedro Mártir – Fotografía de Fjdrevorio

Tras la exclaustración del convento fue utilizado para fines diversos. Primero como cuartel de Milicias Nacionales. Posteriormente pasó a la Comisión Provincial de Monumentos que lo declaró “Panteón Provincial” y lo utilizó para guardar las obras artísticas salvadas de otros edificios, como diversos mausoleos. En el año 1846 el edificio se cede a la Diputación Provincial, que lo utilizó como asilo, circunstancia que acarreó que la imprenta en esta época se conociera como “Imprenta del Asilo”.

El 27 de mayo de 1993, tras una profunda remodelación, se inauguró el edificio que iba a ser destinado a sede de la Delegación del Gobierno y de la Administración del Estado, pero en la ceremonia inaugural el por entonces Presidente de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, José Bonó, solicitó al Ministerio del Interior que le cediese el edificio para edificio universitario, fin que hoy en día sigue cumpliendo.

(Historia Tomada del libro “Fantasía y Realidad de Toledo”, de Ángel Santos y Emilio Vaquero, Ed. Azacanes).

Lo que se cuenta

Desde que San Pedro Mártir fue ocupado por cientos de profesores, alumnos, y empleados de la Universidad de Castilla la Mancha son del dominio público los rumores que afirman que entre aquellos antiguos muros suceden algunas cosas que carecen de explicación lógica. Y esto resulta de mayor interés si cabe debido a la coincidencia de los testimonios de numerosos testigos que afirman haber visto algo muy parecido, al margen de su edad u ocupación en el centro.

De hecho los testimonios provienen de alumnos, empleados de limpieza, empleados de seguridad, personal de la Universidad, o simples visitantes.

Uno de los testimonios más repetidos se refieren a la visión de una figura difuminada, que algunos describen como una débil humareda blanca, que suele verse por algunos lugares del antiguo convento, principalmente algunas zonas como el claustro, la biblioteca, la iglesia, o la sillería superior. Afirman los testigos que esta humareda blanca se desplaza como si fuera flotando, y de manera bastante rápida, de forma que nunca suele verse por un periodo superior a tres o cuatro segundos. Algunos testigos han ido más lejos, e incluso afirman haber visto este fenómeno de forma más clara, pudiéndose vislumbrar una figura femenida ataviada con una especie de hábito blanco, como si de una monja se tratase. Esta versión está bastante extendida entre el personal de limpieza, quienes incluso, tal vez para vencer el temor que pudiera causar, se refieren a esta figura como “Encarna”. Y es que, con toda naturalidad del mundo, cuando las limpiadoras van a entrar en alguna de las dependencias en donde suele manifestarse esta visión, lo hacen al aviso de “Encarna, no me asustes que voy a entrar”, llegando a despedirse de la misma forma que entraron.

Cabe destacar que en la historia de San Pedro Mártir no destaca la presencia de ninguna mujer, ya que siempre albergó religiosos del sexo masculino. No obstante casi todos los enterramientos que hay allí son de los religiosos dominicos, con la excepción de dos enterramientos de mujeres traídos aquí durante su uso como “Panteón Provincial)

Estas limpiadoras protagonizaron un conocido capítulo en estos fenómenos de San Pedro Mártir. Tras limpiar una de las aulas de la planta baja del claustro, y dejar perfectamente limpia la clase y bien ordenadas las más de cincuenta mesas y sillas, subieron al primer piso del claustro para continuar con sus labores. Al subir las escaleras vieron que la luz del aula que acababan de limpiar se encontraba encendida, y volvieron con el fin de apagarla. Su sorpresa fue mayúscula cuando al entrar comprobaron que la totalidad de mesas y sillas que habían dejado perfectamente colocadas se encontraban desorganizadas, y eso en apenas un minuto de tiempo. Sin comprender que podía haber pasado, ya que el edificio estaba cerrado al alumnado y sólo ellas y el conserje estaban en ese momento en su interior, se dirigieron a éste, quien decidió llamar a la policia por si alguien se había colado en el centro. Al poco se personó la policía en el viejo convento, y tras hacer una inspección comprobaron que allí no había nadie escondido.

Otro tanto sucede con el personal de seguridad, que tiene que pasar largas horas en San Pedro Mártir cuando no hay nadie más en su interior. Cabe destacar que estos trabajadores son los menos dados a hablar del tema, ya que comprensiblemente pueden temer por su puesto de trabajo. Durante un tiempo desempeñé un puesto similar, y conozco de primera mano que las empresas de seguridad no hacen caso y desprecian este tipo de comentarios de sus trabajadores. Pero aún así son muchos los relatos que en los últimos años por boca de estos guardias de seguridad se han extendido entre la comunidad universitaria, y por extensión entre los ciudadanos de Toledo.

Mucho se ha hablado del extraño funcionamiento de los ascensores durante la noche sin que nadie pueda operar los botones. Los ascensores comienzan a funcionar deteniéndose en cada planta, abriendo sus puertas, y volviéndolas a cerrar. Fenómeno muy repetido en otros emplazamientos similares. No creo que se debiera dar mayor importancia a esto, ya que muchos ascensores están programados para retornar pasado cierto tiempo a la planta en donde hay más afluencia de público. O incluso un fallo en la botonera pudiera causar este extraño funcionamiento. Aún así se comenta que más de un vigilante de seguridad se ha sobresaltado por ello, y no hay explicaciones lógicas que les tranquilicen.

También se habló hace varios años que estos vigilantes de noche escuchaban ruidos en las plantas superiores, como de pasos y arrastrar de muebles, y que cuando subían a comprobar qué era lo que ocurría no encontraban el motivo del ruido de los inexplicables pasos, pero sí encontraban el mobiliario en algunos lugares colocado de forma diferente a la habitual, lo que en más de una ocasión propició la correspondiente llamada a la policía.

Tristes y conocidos son en la ciudad los dos fallecimientos de vigilantes de seguridad durante su servicio nocturno en un lugar determinado; la iglesia conventual. Según se afirma uno de estos fallecimientos puede tener su explicación lógica, ya que el trabajador llegó precipitadamente al cambio de turno y con evidentes signos de fatiga. El diagnóstico del fallecimeinto fue infarto de miocardio. El otro compañero no tiene explicación tan sencilla, aunque posiblemente tenga también su lógica explicación, a pesar de tratarse de un joven sin aparentes problemas de salud. Lo que llama la atención es que un hecho tan poco habitual como es el fallecimiento de un vigilante se haya repetido en un intervalo de menos de diez años en el mismo lugar. Aún así, y debido a lo delicado del tema, son cosas de las que no se ha vuelto a hablar abiertamente.

Portada de la Iglesia de San Pedro Mártir - Fotografía de Miguel Hermoso Cuesta

Portada de la Iglesia de San Pedro Mártir – Fotografía de Miguel Hermoso Cuesta

La biblioteca de San Pedro Mártir es uno de los lugares más utilizados por la comunidad universitaria de Toledo, y suele estar siempre llena de alumnos que acuden allí a estudiar con tranquilidad. Pero eso es en las horas de mayor tránsito, ya que a últimas horas esta biblioteca no suele estar tan solicitada. De hecho, en épocas de exámenes, la Universidad suele habilitar otras aulas para su uso como estudio. Sin embargo muchas de ellas no son ocupadas, debido al recelo de los estudiantes a permanecer en ellas cuando la ocupación no es alta.

Finalmente son muchos los estudiantes que aseguran haber visto también esta figura vaporosa que se desliza por ciertas zonas, aunque habría que ver si en algunos casos es mera sugestión, o simple afán de protagonismo. Aún así es llamativo que todos los testimonios coinciden en la descripción de esta “humareda o nube blanca”, sin alarde ni fuegos artificiales que exageren la visión.

Lo que sí es cierto que el edificio de San Pedro Mártir es a día de hoy el edificio de Toledo dónde más conocidos son sus extraños fenómenos. Puede ser que tenga una explicación lógica, que se trate de una sugestión generalizada, o incluso cierta histeria colectiva. Pero mientras no llegue esta explicación continuará siendo uno de los misterios toledanos más destacados.

En este enlace se puede ver reportaje sobre el asunto emitido en el programa “Cuarto Milenio” (Buscar 1:33’15”)

http://www.mitele.es/programas-tv/cuarto-milenio/temporada-7/programa-274/

El Hospital de Tavera

Hablar del Hospital de Tavera es algo que me emociona especialmente, y es que de pequeño tuve la fortuna de estudiar en el colegio que allí existe. Eran otros tiempos, y aunque hoy la actividad docente está ubicada casi totalmente independiente de las zonas históricas del edificio no lo era así hace unos años. Los que fuimos alumnos en la década de los setenta y los ochenta (y por supuesto los que lo fueron con anterioridad), tuvimos la fortuna de poder disfrutar de los recreos en sus amplios patios de columnas, tener clases de educación física cuando el tiempo era adverso en el zaguán de la parte trasera, celebrar las misas del día de las familias en la imponente iglesia, y tener acceso a prácticamente la totalidad de las dependencias que hoy tienen un acceso más restringido. Por ello comprenderá el lector que al hablar de este monumento me deje llevar por los sentimientos y la nostalgia de aquellos tiempos de infancia.

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Un poco de historia

El Hospital de Tavera, también conocido como Hospital de Afuera por su situación, es posiblemente el edificio renacentista más importante de Toledo. Su fundador, el cardenal Juan Pardo de Tavera (de donde tomó el nombre), con la construcción de este hospital perseguía dos objetivos. El primero solucionar la situación sanitaria de la ciudad creando un centro para acoger enfermos, ya que el resto de construcciones que había por entonces se dedicaban casi en su totalidad a labores de asilo. Y su segundo objetivo era construirse un lugar donde poder ser enterrado a su fallecimiento.

Su ubicación vino motivada por las ordenanzas municipales de la época, que prohibían construir hospitales y conventos dentro del recinto amurallado. A la vez se buscó un emplazamiento llano, en espacio abierto para disfrutar de aires saludables, y lo suficientemente alejado del río para no verse afectado por sus neblinas en las épocas más frías. Así, en el año 1541, comenzó la construcción en la vega alta, siendo Alonso de Covarrubias el primero en conducir la fábrica.

A mediados del siglo XVI Covarrubias cedió el mando al hasta entonces aparejador, Hernán González de Lara, quien guió las obras hasta su fallecimiento en 1577. Le sucedió entonces Nicolás de Vergara el Mozo, dejando impronta de su particular trabajo en la iglesia del hospital. La iglesia del hospital se inauguró en 1624, presidida por el impresionante sepulcro del fundador, esculpido por Alonso de Berruguete entre 1554 y 1561, bajo la cúpula. Representa el cuerpo yacente del cardenal Tavera en su lecho mortuorio y ataviado con sus vestimentas pontificales.

Fotograma de la película "Tristana", de Buñuel. Escena en la que destaca el sepulcro del Cardenal Tavera en la iglesia del Hospital de Tavera.

Fotograma de la película “Tristana”, de Buñuel. Escena en la que destaca el sepulcro del Cardenal Tavera en la iglesia del Hospital de Tavera.

Bajo este sepulcro se encuentra la famosa cripta circular, obra de Hernán González de Lara, con una curiosa reverberación de sonido que produce un extraño efecto para un lugar concebido para el eterno descanso. La perfección acústica de este espacio ha sido recientemente motivo de estudio de un grupo de alumnos de arquitectura.

Cripta del Hospital de Tavera. Fotografía de Zarateman

Cripta del Hospital de Tavera. Fotografía de Zarateman

Al estar el hospital bajo la advocación de “San Juan Bautista”, no es de extrañar que las obras artísticas en torno a la vida del santo sean las que predominen en la iglesia. El retablo fue proyectado por El Greco, aunque fue su hijo Jorge Manuel quien lo realizó. No es aquí el único lugar donde está presente el Greco, ya que en el museo que hoy en día funciona se pueden admirar varias e importantes obras del genial pintor. Especial mención requiere el cuadro del fundador, hecho por el cretense a título póstumo. Para este retrato el Greco utilizó como modelo la máscara mortuoria realizada por Alonso de Berruguete.

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En el interior del hospital destacan dos patios gemelos, con no demasiada ornamentación, pero sí de gran belleza, con dos alturas, y cuya separación genera un espacio que abre camino entre la portada principal y la entrada al templo.

Fue también bastante importante y renombrada la farmacia del hospital, con envases de cerámica de la zona, en la que se guardaban fórmulas magistrales, ungüentos y los más extraños brebajes.

Farmacia del Hospital Tavera. Imagen de http://www.fundacionmedinaceli.org/

Farmacia del Hospital Tavera. Imagen de http://www.fundacionmedinaceli.org/

En la actualidad el inmueble alberga un colegio de educación primaria, así como el Archivo de la Nobleza, siendo el edificio de propiedad particular del ducado de Medinacelli.

En este vídeo de RTCM, del programa “El Cuentakilómetros”, se puede ver una visita general a Tavera bastente interesante.

Misterios que se cuentan

A pesar de que son muchas las dependencias del histórico edificio que podrían ser un marco perfecto para cualquier fenómeno misterioso, es la cripta la que se convierte en el principal escenario de la totalidad de historias y anécdotas extrañas.

Ya hace casi un siglo que está cripta cautivó a un grupo de jóvenes que habían fundado la “Orden de Toledo”, y que tenían por norma acudir a Toledo con la mayor frecuencia posible a “vivir las más inolvidables experiencias”. Solían alojarse en la Posada de la Sangre y comían frecuentemente en La Venta de Aires. Tras la comida era obligada la visita a la tumba de Cardenal Tavera, donde permanecían unos minutos de recogimiento ante la estatua yacente del cardenal… Por cierto, este grupo de jóvenes, esta “Orden de Toledo” estaba formado por Luis Buñuel, García Lorca, Alberti y Dalí entre otros. Recomiento leer la siguiente entrada del blog Toledo Olvidado, donde Eduardo Sánchez Butragueño, como siempre, aporta una interesante información.

Pues en esta cripta tan atrayente para estos ilustres personajes, es donde hoy en día algunos testigos afirman haber vivido experiencias un tanto extrañas. Los propios guardeses del monumento no se atreven a transitar por esos lugares del edificio, al haberse visto en más de una ocasión una misteriosa figura que afirman tratarse de Alonso Berruguete. Esta atribución tiene la única causa en la supuesta forma de vestir de esta “aparición”, y al relacionar la muerte del artista en aquel lugar antes de finalizar del todo el sepulcro del cardenal, encontrándose también allí enterrado.

Estatua de Alonso Berruguete por José Alcoverro. Fotografía de Luis García

Estatua de Alonso Berruguete por José Alcoverro. Fotografía de Luis García

Los empleados del archivo siempre bajan en grupos o parejas al tener cierto temor a permanecer sólos en estos bajos del hospital.

También las empleadas de limpieza ejercen su trabajo siempre acompañadas, por el miedo a bajar solas, y afirman que los útiles que guardan en un pequeño trastero aparecen completamente desordenados sin que nadie haya accedido allí.

Recomiendo este audio del programa Milenio 3, en donde Luis Rodríguez Bausá, y Javier Mateo, nos hablan de este caso entre algunos otros. (Min. 20:00 a 26:35)

La cripta es uno de los lugares que puede verse fácilmente con la visita libre a los patios, iglesia y sacristía por 3,50 €, o si se prefiere por 4,50 € esta visita libre junto a una guiada por el museo, farmacia, y archivo.

La Roca Tarpeya

En el mismo lugar donde hoy se alza el museo de Victorio Macho existió hace una veintena de siglos una cárcel pequeña, pero contenedora de una gran crueldad en el interior de sus gruesos muros. Era aquella prisión un lugar que aterrorizaba sólo con nombrarlo. Sus húmedos pasillos, y sus reducidos y oscuros calabozos, atemorizaban al más valiente que hubiese osado visitarlos en alguna.

Aquél era el lugar donde los romanos encerraban a los condenados a muerte hasta que llegara el momento de lanzarlos con violencia y crueldad por la llamada “Roca Tarpeya”, donde se deshacían en pedazos al chocar con sus rocosos salientes.

Aseguraban que hubo en aquella terrible cárcel un calabocero fanático del culto a los dioses adorados por Roma, motivo por el cual maltrataba a una hija suya que se ocultaba para rezar, no ante los ídolos que él veneraba, sino ante una pequeña cruz de madera que solía esconder entre sus vestiduras. El cruel padre se torturaba tratando de averiguar quien había infundido aquellas ideas en su hija sin llegar a descubrirlo. Sólo la idea de pensar en el incitador del culto cristiano de su hija alimentaba su sed de venganza, pero a pesar de maltratar a su hija, y agobiarla con pesados interrogatorios, no conocía respuesta a su curiosidad.

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Sin que sepamos exactamente los motivos cayó en aquellos días bajo el poder del pretor toledano un hombre que ingresó en la cárcel destinado a ser arrojado desde la Roca Tarpeya. Los escasos días que estuvo el reo incomunicado en su calabozo los pasó rezando y manoseando un crucifijo que había logrado introducir sin que se percataran sus carceleros, los cuales estaban completamente asombrados de la tranquilidad que mostraba el condenado a pesar de conocer la cercanía de su muerte. No hace falta decir que esta circunstancia sirvió para encender aún más si cabe el odio del cruel carcelero hacia el reo cristiano.

¡Reza, reza! –se burlaba su calabocero-. Veremos si las oraciones a ese crucificado tuyo te sirven para algo. ¡Cómo no le reces al César no sé yo quien puede salvarte!.

 Pero el joven hacía caso omiso a su carcelero, continuando fervorosamente con sus oraciones.

 – ¡Mírale! –decía el carcelero-. Piensa que su Dios va a librarle de la muerte.

No rezo para que Dios me libre de la muerte –contestó el condenado-. Al contrario, rezo para que tras mi muerte pueda comenzar mi verdadera vida y pueda contemplar su rostro.

Llegó el momento en el que el condenado era conducido a la roca para ser arrojado. Al cruzar la cárcel, camino de su ejecución, tuvo la fortuna de encontrarse a la joven hija de su verdugo, con la que intercambió tiernas y románticas miradas que tuvo que reprimir al ser testigo el padre de tan hermosa flor.

Con el rostro descompuesto por la emoción continuó su camino, dio un débil suspiro y se dirigió con paso firme al lugar desde donde sería arrojado.

El calabocero quedó pensativo. ¿Sería tal vez aquel hombre el causante de las ideas que habían nacido en la mente de su hija?. Nunca lo pudo saber con certeza.

Pero se cuenta que la joven hija del calabocero, al presenciar aterrorizada como despeñaban al condenado, cayó fulminada al suelo muriendo en el acto.

Antes de sepultarla el carcelero cogió de entre sus vestidos la cruz de madera y la guardó consigo. Dicen que desde aquel día dejó de adorar a sus ídolos, convirtiéndose al cristianismo y viviendo indiferente a todo cuanto le rodeaba.

Con particular predilección comenzó a cuidar unas flores que su hija plantó tiempo atrás al pie de la Roca Tarpeya, y rogó a Dios que jamás faltaran de aquel lugar aquellas flores que él creía viva imagen de su hija.

Esta es la tradición que se conoce de aquel lugar y así ha llegado hasta nuestros días. Si es cierta o no, ¿quién puede saberlo?.

Lo que sí es cierto es que no hace muchos años el dueño de un huerto que existe en aquel lugar, al comenzar su trabajo plantando arbustos, descubrió junto a la Roca Tarpeya alrededor de treinta fosas de dimensiones regulares cuyo origen siempre se ha atribuido a aquella cruel y siniestra cárcel.

(Sobre relato de Juan Moraleda y Esteban)