El Adoquín blanco del Cristo de la Luz

En la subida del Cristo de la Luz, justo en la entrada de la mezquita del mismo nombre, podemos ver entre el adoquinado que conforma la empinada pendiente un adoquín blanco que destaca entre el resto. No existe prácticamente nadie en Toledo que no sepa cuál es el motivo de ese elemento diferente, y para ello nos basamos en varias de las más populares leyendas de la ciudad. La primera es tal vez la menos conocida, y que surgió probablemente por la inquina racial que años atrás existió en la mal llamada Ciudad de las Tres Culturas.

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Sirva esta primera leyenda para ponernos en precedentes.

EL CRISTO DE LA LUZ (I)

Que la mezquita del Cristo de la Luz es uno de los monumentos más antiguos y emblemáticos de Toledo es conocido por todos. Pero son pocos los que conocen la historia que tuvo como escenario la célebre aljama. Ocurrió cuando Toledo era una ciudad musulmana, y tanto cristianos como judíos se hallaban sometidos bajo el poder árabe. A pesar de esta circunstancia, entre ambos grupos existía una enemistad manifiesta, como prueba el presente relato.

Los tolerantes mahometanos permitieron a los numerosos cristianos residentes en Toledo mantener sus antiguos cultos. Para ello los cristianos habilitaron la parte trasera de la mezquita musulmana de Valmardón, reuniéndose en gran número allí todas las tardes adorando la imagen de un Crucificado. Tras las celebraciones litúrgicas besaban los pies de la imagen, y después se retiraban a sus casas con profundo fervor. Pero sucedió que cierto día un malvado judío se camufló entre los devotos cristianos con un perverso plan. Aparentando fervor se acerca a la imagen y unta sus pies con un potente veneno, deseando acabar con la vida del mayor número posible de cristianos.

Al poco tiempo entra en el templo una anciana que a duras penas puede tenerse en pie, y con gran dificultad se arrodilla ante la imagen del Cristo musitando una piadosa oración. El ruin judío, observando desde su rincón, se muerde las uñas aguardando con impaciencia ver cumplidas sus crueles intenciones. Por fin la anciana finaliza su oración, y levantándose costosamente se dirige a la imagen disponiéndose a besar sus pies como era costumbre. Pero en el momento en que la anciana acercó sus labios al Crucificado ocurrió un hecho inesperado que tanto la mujer como el judío vieron con desconcierto. ¡Cristo ha retirado el pie!. Todos los cristianos entran apresuradamente en el templo al oír las voces de la anciana, que entre lágrimas cae al suelo de rodillas dando gracias a Dios sin saber que había salvado la vida.

El judío, mientras tanto, aprieta sus dientes con rabia, viendo sus planes frustrados, pero no por ello se da por vencido. Pacientemente aguarda escondido a que la anciana y el resto de cristianos abandonen el templo, y cuando lo hacen se acerca a la imagen arrojándola salivazos. No contento con ello saca una afilada daga, y con toda su ira la descarga violentamente contra el Cristo. Un lamento ultraterreno y sobrecogedor es escuchado solamente por el hebreo, quien arranca el Crucificado con la intención de hacerlo desaparecer. Con la imagen oculta bajo sus ropajes sale del templo y emprende camino hacia su casa. Una vez allí cava una profunda fosa en el corral y lo entierra.

Al día siguiente, los desconcertados fieles, echan de menos la imagen de su devoción, pero llama su atención un reguero de sangre en el suelo. Siguiendo su rastro llegan hasta la casa del hebreo, y su sorpresa va en aumento cuando descubren un potente halo de luz procedente del corral. Intrigados comienzan a cavar en el lugar de donde procedía el deslumbrante resplandor, y con asombro e indignación descubren al poco tiempo la imagen del Cristo con la herida todavía sangrante. Irritados por el despiadado sacrilegio apresan al judío, apaleándole en público como escarmiento.

Temiendo por la integridad de la imagen de su devoción optaron por empotrarla en el muro trasero de la mezquita, encendiendo a su lado una lamparilla de aceite.

(Sobre relato de Pablo Gamarra)

No encontramos hasta ahora, en la anterior leyenda, una explicación al enigma del adoquín blanco del que estamos hablando. Explicación que sí vamos a encontrar en la referida a continuación, y que es sin duda la más conocida leyenda referida a la histórica mezquita.

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EL CRISTO DE LA LUZ (II)

Cuando Alfonso VI reconquista Toledo, el 25 de mayo de 1085, cruza la muralla y junto a su séquito encamina sus pasos al interior de la antigua joya sarracena para conocer sus nuevos dominios. Dejando atrás el Arrabal del Norte sube la empinada cuesta que conduce hasta la puerta de Valmardón, y tras cruzarla dan vista a la mezquita del mismo nombre. Allí se detienen un instante, comentando el monarca la belleza de tan pequeño templo a sus acompañantes, entre los que se encontraban Rodrigo Díaz de Vivar y don Bernardo, obispo de Palencia. Coinciden todos en el comentario del rey y se disponen a reanudar su marcha, pero he aquí que un hecho insólito imposibilitó sus intenciones. El caballo de Alfonso se ha arrodillado súbitamente, y lo mismo hacen al poco tiempo Babieca, el del Cid, así como el del obispo. En vano tratan de levantarlos para reanudar su marcha, pues cuando uno se pone en pie el otro se arrodilla. Desconcertados no saben que hacer, hasta que el prelado piensa que el sobrenatural hecho puede ser una señal divina procedente de aquel lugar. Así lo creyó también Alfonso, quien ordena hacer un minucioso registro del templo que dio rápido resultado.

Por una pequeña grieta existente entre dos piedras localizan un leve destello luminoso que carecía de explicación lógica, por lo que proceden a retirar las piedras y descubrir el misterio que encerraban. Una vez hecho, descubren con asombro que allí escondida se encontraba la imagen de un Crucificado, ahumada por una lamparilla que había permanecido junto a ella durante cuatro siglos sin que nadie la alimentase. Por tal motivo, y a partir de aquel día, la antigua mezquita musulmana es conocida como la del “Cristo de la Luz”.

Para recordar tal suceso, en el lugar en donde se arrodillaron los caballos, se colocó un adoquín blanco que permanece en la actualidad llamando la atención de todos los que desconocen este relato.

(Sobre relato de Pablo Gamarra)

Ya tenemos el motivo por el que, según la tradicional leyenda, nos encontramos con esta peculiar piedra blanca en la entrada de la Mezquita del Cristo de la Luz. Pero no acabaremos sin comentar otro relato más reciente, que se remonta a la época de la invasión de las tropas napoleónicas, referida también a tan singular elemento.

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EL CRISTO DE LA LUZ (III)

Hacía poco tiempo que las tropas napoleónicas habían invadido la Península cuando dos oficiales franceses hacían una inspección nocturna por las calles de Toledo. Por casualidad pasaron por delante de la mezquita del Cristo de la Luz, y sintieron curiosidad por saber lo que en aquel templo se guardaba y cuál era el significado de una piedra blanca que destacaba entre el resto de adoquines.

En ese momento pasaba por allí un niño que trataba de conseguir algún alimento para llevarse a su casa. Los franceses cogieron al pequeño con bruscos modales y le exigieron que diera respuesta a su curiosidad.

– ¡Respóndenos, maldito crío!. ¿Qué es este edificio y qué significa este adoquín blanco que resalta entre los demás?.

– Esta iglesia –contestó el asustado niño-, es donde el rey Alfonso VI encontró al Cristo de la Luz tras varios siglos oculto en la pared. Y esta piedra blanca es el lugar donde el caballo del rey se arrodilló al pasar por la puerta del templo.

El pequeño, revolviéndose nerviosamente tras dar respuesta a sus interrogadores, pudo escaparse hábilmente sin que éstos trataran de impedírselo. Los dos oficiales entablaron conversación pensando que nadie les escuchaba:

-¿Qué te parece lo que nos ha dicho el niño? –dijo uno de ellos-. En España todo es superstición.

– Hay que ver para creer cómo son estos dichosos españoles –repuso el otro-.

– Tenemos que acabar con todas estas cosas. Hay que imponer nuevas leyes, costumbres, creencias… ¡Todo!.

– Sí, pero no es tarea de pocos días.

– Se me está ocurriendo –dijo el primero-, que podemos empezar por arrancar esta piedra.

– Deberíamos hacerlo para demostrarles que estamos por encima de sus absurdas creencias –repuso el otro-.

Interrumpió entonces su conversación un toledano, envalentonado por los efectos del vino, que pasaba por allí. Navaja en mano y con los ojos desorbitados les gritó:

– ¡Arrancad del suelo esa piedra si tenéis valor!.

Y puesto en medio de la calle les mostraba amenazante su navaja. Los militares, entre incrédulos y burlones, se miraron entre sí desenvainando sus espadas. Entonces el toledano se acercó a ellos dispuesto a morir en defensa de la piedra que tanto valoraban sus paisanos. Los militares a una, aterrorizados por el valor de aquel hombre, salieron corriendo hasta perderse por las calles, dejando dueño de la calle al borracho que gritaba satisfecho:

– ¡Aquí esta y seguirá estando la piedra blanca del Cristo de la Luz!.

(Sobre relato de Juan Moraleda y Esteban)