La Mora Santa

En la Tolaitola de Al-Mamún vivía una de las princesas más dulces y bondadosas que jamás han existido; su hija Casilda. Eran muchos los que pretendían a tan dulce princesa, tal vez más atraídos por su posición que por su bondad, pero eran pocos los que se habían atrevido a cortejar a la hija del rey. De entre todos los pretendientes destacaba por su persistencia Acmed, hijo de un viejo amigo del rey. Entre sus principales virtudes destacaban su valor y bravura, pero éstas eran eclipsadas por su soberbia y presuntuosidad. No en vano, en un exceso de confianza, se dirigió al monarca para pedir la mano de su hija. Al-Mamún reaccionó con prudencia a la solicitud del joven, respondiéndole:

La amistad que me une a ti y a tu padre hace que seas el mejor candidato posible. Pero la elección corresponde plenamente a mi hija. ¿Consiente mi hija en casarse contigo?.

No os lo puedo asegurar –respondió Acmed-, pero así me lo parece por la forma en que me mira y habla.

-Pues si ella acepta, yo no me opondré a ello.

Al-Mamún, inmerso en gran alegría, busca a su hija y le narra lo sucedido, pero advierte que mientras se lo cuenta su rostro palidece y su expresión se vuelve lánguida.

¿Qué ocurre, hija?. ¿Es que no le amas?.

Sí le amo, padre, pero igual que pueda amarte a ti. Me gustaría que el hombre que una su vida conmigo fuera elegido por mí personalmente.

El rey, que comprendía a su hija, la abrazó con ternura mientras acariciaba su cabello, y con un susurro le dijo al oído:

Mi felicidad es la tuya, y nada me alegrará más que el ver cumplidos todos tus deseos.

Tras esta conversación regresa el monarca al lugar donde se encontraba Acmed y le comunica la negativa de su hija. Éste, resignado y despechado, regresa a casa con una idea en su mente. ¿Y si el rechazo de Casilda venía motivado por la presencia de un amante secreto?. Y corroído por esta duda hace llamar a su esclavo de confianza, al que ordena vigilar todos los movimientos de la princesa.

El Milagro de Santa Casilda, obra del pintor José Nogales García en 1892

Apenas han transcurrido unos días cuando Acmed vuelve a presentarse ante el rey, al que encuentra estudiando concienzudamente unos mapas. Cuando Al-Mamún vio al joven se levantó dirigiéndose a él cordialmente.

¡Acmed!. Precisamente estaba pensando en ti. Los cristianos de Córdoba y Valencia se han unido a los reyezuelos rivales en un intento desesperado de derrotarme. Pero espero sofocar pronto la rebelión con tu ayuda.

Me temo, señor –dijo Acmed-, que posiblemente el enemigo más peligroso se encuentre junto a vos, y no en tierras lejanas.

¿Qué quieres decir?. Habla, que te escucho.

Veréis, señor –comenzó el joven con tono solemne-. El rechazo de vuestra hija me hizo sospechar sobre la posible existencia de un amante, y movido por los celos hice que uno de mis esclavos siguiera todos sus movimientos.

Continúa –le dice Al-Mamún intrigado-.

Después de vigilarla tres días consecutivos comprueba que al poco de anochecer salen dos figuras femeninas de las dependencias de la princesa. Mi sirviente, para verlas más nítidamente, finge ser un mendigo y se acerca hasta llegar a ellas.

¿Y qué ve?

Comprueba que se trata de la princesa y una de sus damas de compañía, que llevan oculto un cesto bajo sus ropajes. Mi esclavo, tratando de disimular, pide una limosna, y sin mostrar extrañeza la princesa le ofrece un pan prosiguiendo su marcha.

¿Y qué ocurre después?.

Cuando creen que nadie observa bajan a las mazmorras en donde se encuentran los indignos cristianos, y una vez allí sacan los cestos rebosantes de pan repartiéndolo entre todos ellos.

¿Mi hija una traidora?. ¡Imposible! –gritó Al-Mamún contrariado-. Más vale que pruebes la veracidad de tus palabras si no quieres ser azotado.

Os ruego que me cedáis la posibilidad de probarlo, y si no es verdad cuanto os digo, ¡colgad mi cabeza en vuestra fortaleza!.

El monarca, viendo la seguridad en las palabras de Acmed, llegó a dudar sobre la lealtad de su propia hija, y dejándose caer sobre su asiento le dijo al despechado joven:

Por ser hijo de quien eres te daré una oportunidad. ¡Y ay de ti si tratas de engañarme!.

Comienza a anochecer, y el rey sale del palacio acompañado de Acmed para ocultarse sigilosamente entre la maleza de los jardines. Impacientes aguardan los dos, esperando el primero no comprobar que su hija le traiciona, y el segundo intentando dar prueba de ello. Al poco de extinguirse la luz del sol comienzan a oír pasos que se acercan, y cuando los pasos suenan junto a ellos distinguen la figura de la princesa acompañada de su sirvienta. Acmed exclama agitado:

¡Comprobad, señor, si no es verdad todo cuanto os dije!.

Con gran ímpetu se presenta Al-Mamún ante su hija, y le dice:

¡Insensata!. ¿Así es como honras a tu padre?. ¿Acaso es digno de una princesa deambular a estas horas?.

Señor –contestó la acompañante-, no corresponde a una princesa pasear ante las miradas indiscretas, por lo que nos vemos obligadas a salir aprovechando la oscuridad de la noche.

Ya puedo ver que sabes cuidar de mi hija –respondió el rey-. ¿Pero no os parece extraño ocultar bajo vuestros mantos cestos cargados de pan?. ¿O es que acaso la noche también os abre el apetito?.

De pronto la princesa, que había permanecido en silencio y con la cabeza agachada, dice:

¿Y si fueran rosas?.

¿Rosas? –repite su padre burlonamente-.

¡Sí, rosas! –repite Casilda a la vez que deja caer una cascada de flores al suelo.

Al-Mamún, entre irritado y sorprendido, dirige una mirada furiosa a Acmed, que permanecía boquiabierto mirando a las flores que inundaban el suelo. Y avergonzados los dos marchan desapareciendo en el espesor del jardín.

Casilda, entre lágrimas, cae de rodillas al suelo dando gracias a Dios, y ayudada por su sirvienta recogió todas aquellas flores que llevó a las mazmorras en lugar del pan habitual. Los cautivos que las tocan ven aliviados todos sus males y su fe fortalecida.

Emocionados comienzan todos a rezar, pidiéndole a Dios por el alma de su bienhechora, que desde aquel día es venerada en los altares por su santidad.

Sobre relato de Pedro de Oviedo en Revista Toledo nºs 17 y 18. 1915

La Clépsidra

El jardinero favorito de Al-Mamún, Abulmothereph, acudió aquella tarde de 1075 a visitar la morada que el sabio astrólogo Ben Omar Algiaheni tenía junto al Tajo. Hacía tiempo que por su cabeza rodaban oscuros presentimientos y por ello quería consultar al anciano. Éste miró las estrellas a través de su astrolabio, mientras el jardinero aguardaba impaciente a su lado.

Los astros nunca mienten respecto al futuro –dijo el sabio astrólogo-, y en ellos se puede ver con toda nitidez lo que va a acontecer en breve. Está designado que Alfonso, el joven huésped de tu señor, volverá para adueñarse de la corona que le da cobijo en este momento.

Eso es imposible –respondió Abulmothereph-, los maestros en la guerra de los que se ha hecho rodear mi señor afirman que para tomar la ciudad es necesario asediarla y talar su vega al menos durante siete años consecutivos.

Nada es imposible, si Alá consiente.

¿Y pagará el cristiano tan ingratamente la hospitalidad de Al-Mamún?. Eso supondría romper el pacto que ambos han firmado.

Viendo que no me crees, te lo demostraré.

A una señal del astrólogo llegó un esclavo portando varios frascos y una redoma. El anciano tomó algunos líquidos de los frascos y los mezcló cuidadosamente en la redoma, agitándolos después enérgicamente.

Mira, acércate y dime qué es lo que ves en el fondo de la redoma.

Abulmothereph se acercó y quedó perplejo observando el fondo del recipiente.

Veo el rostro de un joven con aspecto de idiota y algo afeminado.

¿Es que no le conoces?. No es otro que el descendiente de Al-Mamún, Al-Qadir, que será el último rey árabe de Tolaitola.

El astrólogo continuó ante la perplejidad del jardinero:

Yo, Ben Omar Algiaheni, que he sido bendecido con poder para predecir el futuro, auguro que la clepsidra del jardín real no correrá más de diez primaveras bajo el símbolo de la media luna.

Y mirando de nuevo a través del astrolabio, continuó:

Está escrito; la vida de Al-Mamún se extinguirá en breve. Las estrellas lo han dicho.

Abulmothereph no quiso saber más. Depositó unas monedas en la mano del astrólogo y regresó precipitadamente al palacio.

Aquella noche había gran alboroto en los jardines del palacio, pues el señor toledano había derrotado al sevillano Al-Motanid y celebraba una gran fiesta a la que estaban invitados sus más destacados walíes, alcaides y jeques. Los jardines habían sido preparados con fuentes y luces multicolores, y los mejores músicos tocaban como homenaje a su señor. Al llegar la medianoche la fiesta acaba, cesa la música y todos se retiran. Todos a excepción de Abulmothereph, que víctima de sus preocupaciones sufría gran angustia. ¿Se harían realidad las predicciones del viejo astrólogo?. El jardinero se sentó junto a la clepsidra con la mirada perdida e inmerso en sus atribulaciones. Al poco tiempo la rebosante fuente indicó la llegada del plenilunio.

Los sirvientes más madrugadores del palacio encontraron al amanecer el cuerpo inerte del angustiado jardinero flotando sobre las aguas de la clepsidra. El desdichado Abulmothereph había arrebatado en su desesperación un día al gigantesco reloj de agua.

Todos lamentaron la muerte del fiel servidor, pero sobre todo Al-Mamún, su señor, que sentía gran predilección por el sirviente que con tanto mimo cuidaba sus jardines. Curiosamente, junto al lugar donde se ahogó Abulmothereph, crecieron espontáneamente unas flores rojas de adelfa que el monarca cuidó en recuerdo de tan preciado amigo y sirviente.

Diez años después de tan triste suceso, Alfonso VI, al frente de su ejército, entra triunfante en Toledo después de haber devastado la vega durante siete años consecutivos. Al-Mamún había fallecido poco tiempo después que Abulmothereph, y la desidia con que sus sucesores gobernaron el reino había provocado su lenta agonía y la progresiva desaparición de las vastas conquistas realizadas por su antecesor.

Cuando Alfonso VI tomó la ciudad encaminó sus pasos al palacio de su antiguo amigo y anfitrión. Allí pudo observar, con gran asombro, que el curso natural de la clepsidra había sido bruscamente interrumpido por el arbusto de flores rojas, tal vez truncado por el viento…

Sobre relato de José Manuel Krohn en Revista Toledo nº 280. 1930.

El Ladrón Piadoso

En la arábiga Tolaitola tenía su morada un joven llamado Bazi al-Axhab, que vivía junto a su mujer y a sus hijos. Bazi se había criado huérfano, pero su abuelo se había bastado para hacer de él un piadoso musulmán a la par que un habilidoso ladrón. La destreza del musulmán para el hurto era tal que eran innumerables los que quisieron unirse a él para formar equipo. Pero nuestro protagonista consideraba más apto permanecer solo, pues así pasaría más desapercibido y no tendría que repartir el botín.

Bazi había añadido a las enseñanzas de su abuelo métodos propios, convirtiéndose en un artista del disfraz y la imitación. Todos en Tolaitola habían oído hablar de él, pero nadie le conocía personalmente.

Pero he aquí que el imprudente joven cierto día, envalentonado con los efectos del vino, comenzó a presumir públicamente de sus proezas. Inevitablemente la justicia tomó medidas, y al poco tiempo se presentaron en su casa para apresarle.

Tras un breve juicio, en el que el ladrón no pudo demostrar su inocencia, fue condenado a morir atado junto a la puerta llamada de los Judíos, que se encontraba donde hoy la del Cambrón, como escarmiento público. Allí se encontraba, pagando por sus delitos, cuando se acercaron su mujer y sus hijos, que se pusieron a llorar gritando:

¿Qué haremos ahora sin ti?. ¡Sin duda moriremos de hambre!.

Mientras, rezaba Bazi:

Alá, no es justo lo que les va a pasar a mi mujer y a mis hijos. Es natural que yo pague mis delitos, pero ¿qué culpa tienen ellos para quedar indefensos?.

Al poco tiempo pasó junto a ellos un mercader con una mula rebosante de mercancías. El ladrón, viendo una posible solución a los problemas de su familia, le llamó y le dijo:

Escúchame, pues tengo que decirte algo que te resultará sumamente interesante. Cuando los guardias iban a apresarme tuve tiempo suficiente para arrojar a ese pozo que ves ahí una bolsa con cien monedas de oro. Si te parece bien puedes bajar a por ella mientras mi mujer cuida tu mula, pero luego le has de entregar a ella cincuenta monedas.

El mercader aceptó la propuesta, y mientras bajaba al pozo la mujer y los hijos del estafador aprovecharon para huir con la mula y su mercancía.

La noticia llegó enseguida a oídos del emir, que hizo llevar al ladrón ante su presencia. Una vez allí le preguntó:

¿Cómo has sido capaz de continuar con tus fechorías hallándote a mitad de camino de la muerte?.

A lo que Bazi respondió:

Señor, si vos comprobarais lo placentero que es robar, sin duda dejaríais vuestro reino para dedicaros a ello.

El emir, estallando en una sonora carcajada, añadió:

Y si te diera la libertad y un oficio para vivir de él… ¿Dejarías tu reprochable actitud?.

¿Y cómo rechazar vuestra oferta, cuando me hallo al borde de la muerte?.

Y el emir, admirado por la actitud del joven, le perdonó encomendándole la custodia de aquella puerta que sirvió de escenario para su última fechoría.

Sobre relato de Fray Gundisalvo en la Publicación de la Archidiócesis de Toledo “Padre Nuestro”

Huyendo de la Muerte

Cuenta la tradición que antiguamente vivió en Toledo un emir llamado Muhammad ibn Ammar, afamado guerrero en la batalla y, en la paz, erudito y admirado sabio. Amante del arte y las ciencias se hizo rodear de gran número de artistas y cultos bohemios a los que cuidaba como si de hijos se tratasen. Ni el último de sus criados escapaba al desmedido afecto y cariño del querido emir.

Cierto día envió el adalid al mercado a su criado Alí, encargado de mantener la despensa de su señor siempre provista y surtida de viandas y manjares. Apenas unos minutos después de salir al zoco volvió el humilde sirviente arrodillándose aterrorizado a los pies de su amo. Éste preguntó desconcertado:

¿Qué te ocurre, Alí, que tiemblas como animal maltratado y abandonado?. ¿Es que acaso te ha ocurrido algún incidente desagradable?.

Así es señor. Todavía me aterra pensar que hace sólo unos instantes me he encontrado en el mercado a la muerte, que me miraba con ojos amenazadores.

¿Estás seguro?.

¿Y cómo no voy a estarlo, señor?. ¿Cree que puedo bromear con algo tan macabro?.

¿Y qué quieres que haga para ayudarte?.

Os ruego, señor, que me dejéis uno de vuestros caballos más rápidos para escapar velozmente a Talavera. Así escaparé de la muerte, que inútilmente me estará buscando por las calles toledanas.

No temas. Ve a la cuadra y escoge el caballo que más te agrade. Huye a Talavera lo más rápido que puedas, pues es mi deseo que no pierdas la vida.

Y así se hizo. Alí seleccionó un joven corcel y puso rumbo a su previsto destino de escapada.

Al poco salió el noble emir al zoco en busca de la muerte. Cuando tras una breve búsqueda la encontró, preguntó:

Muerte; ¿por qué has mirado a mi joven criado Alí con ojos amenazadores?. ¿Es que no comprendes que le has asustado?.

A lo que la muerte respondió:

No le he mirado con ojos amenazadores, sino sorprendidos. Me ha resultado sumamente extraño que se hallara esta mañana en Toledo, sobre todo porque tengo prevista una cita con él esta noche en Talavera.

Sobre relato de Fray Gundisalvo en la Publicación de la Archidiócesis de Toledo “Padre Nuestro”